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«Dejad hablar al viento, ése es el Paraíso»

El viajero que regresa ya no es el mismo que emprendió el viaje. Ha añadido unas gotas más al frasco de su vida

«Dejad hablar al viento, ése es el Paraíso» corina arranz

alfonso armada

Si un viaje no te sorprende y no te cambia no vale la pena emprenderlo. El que iniciamos el 18 de julio en Puebla de la Sierra y terminamos hoy en Parada do Courel ha acabado siendo un viaje de estudios. Hemos constatado un secreto a voces, pero que un poeta tan poco conocido como esencial, Uxío Novoneyra, ya vio: «¡Tierras yermas de O Freixeiro! / ¡Montes abruptos! / ¡Pueblos pobres / que se fueron quedando en los huesos!» . Tantos hemos visto, que solo atienden pastores, campesinos, viejos que se resisten a morir con una época en la que sabíamos hacer cosas con las manos.

Escribe el filósofo Ignacio Castro Rey en el prólogo a la primera edición completa en castellano de «Os eidos. Libro del Courel»: «a contrapelo de nuestra velocidad, siempre “alta” en la línea recta que encauza al existir, alguien se demora en los meandros». Habla de Novoneyra. Y de lo que en este viaje pretendíamos. Por eso terminamos yendo a buscar su rastro en la sierra que «al verle» le iluminó. No en vano canta: «Viento de invierno, ¿de qué te soy conocido?», o «Yo soy esto que veo y que me ve» .

Camino de Quiroga por la N-120, hasta ocho veces pasamos por encima del Lor, como una aguja que ensarta una serpiente, y cuando pensamos que va a ser la novena descubrimos que es el Sil el que nos vuelve a ver. Al final nos damos cuenta de que ha sido un viaje a los ríos: Jarama y Jaramilla, Tajo, Cuervo, Guadiela, Ebro, Segre, Pisuerga, Cares, Nalón, Sil…, ríos que nos salen al encuentro y que buscamos, como las montañas y los árboles. Por la LU-651, entre castaños, subimos al Courel.

Nos recibe su hija Branca (34 años, bailarina y escritora) en la casa de Parada do Caurel (13 casas, no todas habitadas) que van a convertir en fundación dedicada a la obra de Uxío y a «su» sierra. Una casa con más de 200 años de antigüedad a la que Novoneyra, a quienes sus padres habían enviado a estudiar Filosofía y Letras a Madrid, regresó entre 1953 y 1962 enfermo de pleuresía. De esa convalecencia data su obra cumbre: «Os eidos» (Los campos) . No lejos de la casa, que conserva su presencia, se encuentra el Souto da Rubial, un bosque de castaños donde abundan las cantrochas: árboles en los que conviven troncos muertos y ramas vivas, pasado y presente. El propio poeta, que desapareció en 1999, injertó otras «razas» para hacerlos más resistentes. En medio de la floresta aparecen Manuela, amiga del poeta, «una de las mayores transmisoras de romances», y su yerno. Desde sus más de noventa años, manda: «Tenéis que limpiar el bosque».

Cae lenta la tarde, «¡Tierras solas al sol y las nubes!». Antes de regresar, cogemos agua de la fuente donde bebió Novoneyra. Damos las gracias. También a Ignacio Martínez de Pisón. De su novela «Carreteras secundarias» tomamos parte del título de esta serie: «¿Qué vamos a hacer? —dijo mi padre (…) Pues seguir. Seguir. ¿Qué otra cosa podemos hacer?» . Tras recordar que «la soledad de la montaña» se presenta en la obra de Novoneyra como «escuela de la soledad del hombre», y su talento para «escuchar», Castro Rey cita a Ezra Pound, un poeta denostado por sus delirios políticos, pero que también atesora versos esenciales: «No os mováis / Dejad hablar al viento / Ése es el Paraíso»

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