Los mejores balcones de Madrid dan a los cañones del Sil
En una carretera perdida, entre bosques, pájaros y castaños entendimos el sentido de todos los viajes
ALFONSO ARMADA
Esta tarde, «entre lusco e fusco», la hora violeta, en Caxide, en una carretera perdida de la conciencia, y por lo tanto del mundo, entre bosques de robles y castaños que supieron escuchar a los monjes y siguen sabiendo escuchar a los pájaros, una vieja ... que en toda su vida ni siquiera fue a ver los balcones de Madrid, en Ribas de Sil, el pueblo después de su aldea, me hizo entender el sentido de todos los viajes , pero sobre todo este por carreteras secundarias que empezamos hace cerca de un mes en la sierra pobre de Madrid.
No sabemos nada, ni de la belleza que atesora España ni de la vida de la gente que se queda al margen de las grandes rutas, de los discursos de los políticos y del ruido y la furia que atizamos quienes debíamos hablar de lo que importa, de lo que merece ser valorado y criticado con palabras claras y ecuánimes.
Al atardecer, en los cañones del Sil, que al Miño entrega más caudal que nadie, fama y nombre, desde los balcones de Madrid, donde las mujeres despedían a los barquilleros que se iban a hacer sus Américas, el agua semeja cobalto congelado, una pista de un azul tan oscuro y terso que parece imposible que apenas una hora antes lo hubiéramos surcado en el catamarán «Ribeira Sacra» (orilla santa). En terrazas escuetas y vertiginosas se cultivan viñedos que solo por eso no pueden dar vinos vulgares, y menos junto a iglesias y monasterios tan admirables como el de San Estevo (Esteban), donde nueve obispos encontraron acomodo en el siglo X para acabar sus vidas cuando sus diócesis fueron ocupadas por la morería, claustros donde el tiempo pasta, capaces de atraer a reyes como Alfonso V, Alfonso VII y Ordoño I, y donde estudió el ilustrado Padre Feijóo.
Todo se explica porque compensa llegarse a parajes tan remotos y por carreteras tan abruptas como la que sube de Os Peares hasta Nogueira de Ramuín. Porque su hermosura deja mudo , con los ojos asombrados y agradecidos de que la naturaleza y el hombre hayan sido capaces de armonizarse de tal modo.
Las vacas de Monfero
Pero hay quien quiere sacarle más a una de las cuencas más aprovechadas del mundo. Iberdrola pretende horadar el cañón del Sil, ampliar el embalse de San Estevo e instalar tres turbinas más en Santa Cristina. Nuestro modo de vida nos vuelve insaciables . El proyecto, presentado a exposición pública aprovechando la molicie de agosto, fue rechazado por el anterior gobierno gallego, formado por socialistas y nacionalistas. El mismo que desengañó a campesinos como Xesús Amado, de 55 años, que con su hijo Alex, de 29, explota una granja en Monfero, junto a Betanzos, con 66 vacas lecheras, a las que conoce por su nombre: Paloma, Cora («holandesa»), Navarra («vino de Santander, pero es anavarrada, fuerte»), Germanie («alemana»), Morita («negra»), Sueca («roja sueca, rubia»).
Xesús dejó un trabajo bien remunerado en el aluminio para regresar a su aldea y montar con Margarita, su mujer, esta granja en la que tiene que hacer encaje de bolillos para que el desorbitado precio de la electricidad y del pienso no la desbaraten . «A veces, desde Bruselas, pero también desde aquí, parece que quieren convertirnos en jardineros. Sin nosotros, el campo se vuelve selva…».
Si los últimos que saben hacer cosas con las manos se rinden… Pienso en la mirada dulce de las vacas de Monfero, en tantos pastores del camino, en la «velliña» de Caxide, que merecen ser tenidos en cuenta, nuestra atención, mientras empezamos a volver.
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