Un mar de banderas británicas les saludaba a lo largo de Whitehall
A las 10,42 la Reina Isabel II cruzaba la verja del Palacio de Buckingham entre un clamor popular ensordecedor. A su lado, el Duque de Edimburgo que en junio cumplirá 90 años y será el consorte regio que durante más tiempo ha ejercido ese papel en la historia del Reino Unido. Un mar de banderas británicas les saludaba a lo largo de Whitehall con una multitud entusiasta. A las 10,49 entraban en la abadía al resonar de una fanfarria de las trompetas del Regimiento de Caballería Real.
Puntualidad británica
Puntualísima, la novia salió del Hotel Goring a las 10,52 acompañada por su padre en el Rolls Royce en el que iban el Príncipe de Gales y la Duquesa de Cornualles el año pasado cuando fueron atacados por una manifestación juvenil. A las 11,03 cruzaba el umbral de la abadía por la Gran Puerta de Occidente con su hermana Pippa llevándole la cola del vestido.
La celebración ha sido dirigida por el Deán de Westminster y tras una breve introducción suya el Arzobispo de Canterbury procedió con el sacramento del matrimonio. El padre dio la mano de la novia al arzobispo que fue quien se la entregó al Príncipe Guillermo. Ambos emplearon la misma fórmula en la que no hubo un «sí quiero», sino una larga proclamación.
«Yo, Guillermo Arturo Felipe Luis, te tomo a ti Catalina Isabel para ser mi esposa, para tenerte y apoyarte desde este día en adelante, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza; en la enfermedad y en la salud; para amarte y para apreciarte hasta que la muerte nos separe, según la sagrada Ley de Dios; y para ello te doy mi compromiso de matrimonio.» Y viceversa después en las palabras pronunciadas por Catalina.
Finalizado el sacramento, los novios abandonaron los reclinatorios frente al altar y pasaron a sentarse a la derecha de la nave central (a la izquierda del oficiante).
El hermano de la novia, James, hizo una lectura de Romanos 12, tomada de la Nueva Versión Revisada de la Biblia, que emplea un lenguaje más actualizado que la versión del Rey Jaime.
La homilía
La homilía corrió a cargo de un tercer pastor, el Obispo de Londres, Richard Chartres, que es también deán de las Capillas Reales y que ha recordado que “toda boda es en cierto modo regia, pues los novios se convierten en reyes de creación” y encomendó a los novios que «el matrimonio debe transformar mientras marido y mujer hacen al otro la obra de su vida».
Después sonó, con toda majestuosidad el himno «Jerusalem» del que se tomó la estrofa «Bring me my chariot of fire» para titular la película «Carros de Fuego» que produjo, de entre todos los productores cinematográficos del mundo, Dodi al-Fayed, última pareja de Diana, Princesa de Gales.
Pero tras «Jerusalem» llegó el «God Save de the Queen», que en un día así ha hecho correr muchas más lágrimas que la memoria de ningún ausente.
Ha habido que firmar tres actas. Dos de la abadía y una de la Casa Real, pero eso ha tenido lugar en la capilla de San Eduardo Confesor, fuera de la visión del público y las cámaras. Ahí se guarda el protocolo del funeral de Catalina Knollys, la hija ilegítima de Enrique VIII de la que desciende la nueva Duquesa de Cambridge.
Los novios han salido de la abadía al son de «Corona Imperial», que también sonó hace treinta años a la salida de la boda de los Príncipes de Gales en la Catedral de San pedro y San Pablo. Como entonces, hoy los novios se han encontrado un indescriptible fervor popular camino de regreso a Buckingham.