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ABC Cultural

Análisis

Conmigo o sin mí

alberto GONZÁLEZ LAPUENTE

No hace falta ser demasiado perspicaz para deducir que la próxima temporada del Teatro Real posee suspense, es decir que es más interesante por las incertidumbres que por las obviedades que presenta. Entre ellas la principal es la reunión de una decena de títulos que individualmente poseen atractivo, singularidad, curiosidad e inquietud, pero que reunidos se convierten en una excéntrica (que tiene un centro diferente) propuesta ante la que surgen dudas razonables.

Entre ellas, la ausencia de obras significativas del repertorio o la falta de nuevas producciones. El nuevo punto de vista pone al Teatro Real en una posición secundaria, como valedor de realizaciones escénicas que ya tienen recorrido y cuya fama corre pareja a su falta de novedad con independencia del nobleza de sus títulos. Desde luego la tienen «Elektra» de Richard Strauss, «Pelleas y Melisande» de Debussy y «Lady Macbeth de Mtsensk» de Shostakovich, «Clásicos del siglo XX» con los que se hace bueno el pensamiento de fondo que da forma a esta temporada gobernada por el teatro «como reflexión de la condición humana».

Cierto es que el pensamiento va más allá pues se ha difundido desde el Real como definición de un nuevo perfil. Y la idea es hermosa, pero también con pliegues al no plantearse como un principio transversal capaz de enriquecer, sino como forma de negación de otro tipo de repertorio que tiene larga tradición (afortunadamente) y que apela (ese es su delito) a la inmediatez, al solaz y al desahogo. Más claro: el Teatro Real dice adiós al belcantismo, a realismos, a risas y a lágrimas. El asunto es delicado para buena parte del público.

Por supuesto que «La clemenza di Tito» tiene algo de guiño a la audiencia, a pesar de ser un ópera de especial «robustez» mozartiana. También es interesante la mezcla de la «Iolanta» de Chaikovski con «Perséphone» de Stravinski que tienen en sí la mezcla de lo novedoso y lo consistente. Pertenecen ambas al grupo «Nuevas perspectivas» que es un entorno heterogéneo en el que se incluye «I due Figaro» del eficaz Mercadante que dirigirá Riccardo Muti, tan amigo de estas músicas dieciochescas como alejado de su actualidad interpretativa. Pero en este caso no hay duda, el tirón lo aporta el divo que es una palabra que suena mal en el nuevo Real aunque inevitablemente se tolere cuando se trata de cuidar a Plácido Domingo quien obliga al «Cyrano de Bergerac» de Alfano, obra de relativo interés, y que ya se le escuchó en Valencia aunque ahora se proponga en otra producción y con Pedro Halffter en el foso.

Es importante citar este nombre por cuanto el Teatro Real, apelando a lo universal olvida que son los valores locales los que identifican. En este sentido, merecería la pena considerar que esta temporada no surge en el entorno coyuntural de un festival ni en un espacio de nueva planta. Lo hace en el Teatro Real y en Madrid, en un lugar con tradición, pequeña si se quiere, irregular sin duda alguna, pero suficiente como para que sea un elemento identificativo. Adiós también a la historia, la nuestra, adiós al irregular pero generoso patrimonio de las óperas españolas (del XIX y el XX), y adiós, en esta temporada, a nuestro presente, a nuestros compositores y a sus nuevas obras. Para que negarlo: no es agradable que el Teatro Real trate tan mal lo de aquí. En sus orígenes ya lo hizo a base de demostrar poco interés. Ahora con mayor gravedad porque alcanza el desprecio, incluyendo en el lote, y salvo mínimas excepciones, a cantantes, directores de escena y musicales.

Para consolar se habla de «Nuevos horizontes» incluyendo «Ainadamar» de Golijov, obra de tanta fama que también se podrá ver en el próximo Festival de Granada y en la temporada de Oviedo. Asimismo el belga Philippe Boesmans, acostumbrado a revisitar viejas músicas, orquesta la de Monteverdi en «Poppea e Nerone». Posiblemente haya quien con todo ello alcance el éxtasis de lo contemporáneo. Aunque no deberían estarlo aquellos que asuman la importancia del Real como teatro que se alimenta de recursos públicos, pues para ellos esta temporada supone la fractura a un proyecto que (ahora se confirma) nunca ha definido sus objetivos quedando a merced de la de los gustos del momento. En otras palabras: de la excentricidad de cada cual.

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE ES CRÍTICO

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