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Levántate y anda, Emmanuel

De niño iba en silla de ruedas. Un día, en la iglesia, rodó un balón. Fue a por él. Y corrió

efe

T. G. M.

Los milagros existen. Emmanuel Adebayor lo defiende como si fuera una posición de remate. La vida de este hombre de una envergadura descomunal merece un capítulo de expediente X. Tenía cuatro años (1988) y nunca había podido andar . En su barrio de Lomé (Togo) veía cómo sus amigos jugaban al fútbol y él siempre permanecía sentado, como un árbitro sin licencia. Su madre, Alice, sufría como solo quien ha parido puede comprender. Ella recorrió media África para encontrar un médico que diagnosticara la enfermedad. Con el niño a cuestas, viajó a Lagos (Nigeria), Ghana y otros países. Nada. Nadie sabía la causa. Volvió a casa, destrozada, hundida.

Transcurrieron varios meses más de desesperación. El chaval estaba maniatado a una silla de ruedas . Mamá se movía por todos los sitios. Pedía ayuda. Relató su triste historia en una iglesia. Le dijeron que todo el mundo rezaría por él durante una semana.

Estas cosas solamente suceden en África: la gente oró delante de «Manuel» a lo largo de los siete días. Los rezos comenzaron un domingo a las doce la noche y finalizarían al siguiente domingo a la medianoche. El sábado, un día antes del término de la plegaria, Alice lloraba. Pero el domingo ocurrió algo inexplicable.

«¡Camina gracias al fútbol!»

Toda la familia Adebayor estaba en el templo. En sus aledaños, unos niños jugaban al fútbol con una pelota que sería calificada como «ovni» (objeto volante no identificable) en cualquier país occidental. El silencio de quienes rezaban hacía que el ruido de los zagales dominara el ambiente. Y el balón penetró en la iglesia. Con la parsimonia que define su idiosincrasia, los togoleses ni se movieron. Que el «culpable» venga a por ella.

Emmanuel les salvó del «delito». Sintió el impulso de cogerla desde su silla rodada. Y de pronto, se levantó . El niño lloró al verse de pie. Y corrió —sí, corrió— hacia el esférico. Y lo cogió.«¡Nunca le había visto andar!», decía Alice. Los presentes se abalanzaron sobre madre e hijo para abrazarles. «¡Camina gracias al fútbol, es un milagro!». El suceso se hizo popular en el continente a medida que el protagonista era famoso. Se transformó en un hombre que aplicó la religión a cualquier aspecto de su vida.

Ya pudo jugar al fútbol. Su altura y su fibra le concedieron unas condiciones portentosas . El Metz le fichó a los 15 años. A los 19 saltó al Mónaco. Finalista de la Champions, a los 21 le cazó el Arsenal. Vivió una etapa de esplendor, con centros medidos de un equipo de clase. En el Manchester comenzó bien, hasta que el sistema italiano le condenó. Viene al Real Madrid a recuperar el tiempo perdido.

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