UNA HUELLA EN LA ARENA
Mala suerte
«Tú dirás lo que quieras, pero a ver quién dice que hay crisis a la vista de este espectáculo»
VÍSPERAS de Reyes. El tráfico está colapsado por la cola para acceder al aparcamiento del centro comercial. Aguanta pacientemente, pues siempre dejaba para última hora la compra de algún detalle para su esposa. Igual que su amigo, que sentado junto a él sólo comenta: «Para que luego digan que hay crisis».
Tras un buen rato de templada espera, consigue un aparcamiento en el último sótano de la tienda, más cerca del infierno que de la entrada al comercio. Allí, una mujer discute agriamente con un vigilante que le recuerda que no se puede fumar. Finalmente, ella se sube al coche y, sin bajar las ventanas, da una gran calada a su pitillo y arranca hacia la salida.
En el comercio, son arrastrados por una multitud vociferante que pulula por los mostradores manoseándolo todo mientras los vendedores apenas pueden atender las consultas, prisioneros en las cajas registradoras. Su amigo, entonces, se repite: «Para que luego digan que hay crisis». En ese momento decide responder a este reiterado comentario, que no le gusta nada: «Con crisis o sin crisis, la gente tiene derecho a ser feliz. Supongo que cada cual sabe lo que puede gastarse, pero todos tenemos la ilusión de recibir algo el Día de Reyes».
Tras deambular un rato, ambos eligen sendos perfumes que les envuelven en un papel de enormes franjas doradas rematados, en una esquina, con un ostentoso lazo también de color oro. Los paquetes son idénticos por lo que procuran que no haya confusión con la esencia que cada uno ha elegido.
Al entrar en los servicios con cierta urgencia, el humo y el olor le revelan que varias personas fuman ocultas en las letrinas. Aliviado, encontró a su acompañante observando la cola para pagar en la joyería: «Tú dirás lo que quieras, pero a ver quién dice que hay crisis a la vista de este espectáculo». «Ya que no hay crisis, vamos a tomar un aperitivo antes de irnos», respondió con ironía.
Un gentío abarrotaba la cafetería, por lo que esperan turno. El barman era un vecino del barrio: «Ponnos dos birras, Germán». El hombre los atendió con presteza y, mientras les servía, no se contuvo: «Para que luego digan que hay crisis, ¿eh?». Su acompañante lo miró con sorna.
De vuelta al garaje, vio la Administración de Lotería. Se acercó y señaló un décimo para el sorteo del día siguiente. «¿Compras el número de la mala suerte? Se ve que no eres supersticioso», dijo su amigo, que eligió una terminación en ocho. «Soy muy supersticioso, pero de los que ven la botella media llena, cenizo».
El primer premio del Sorteo del Niño terminó en 13.
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