El híper de los pobres
Los objetos tienen más de una vida.De dársela sabe mucho una asociación alcalaína que todos los martes organiza un rastrillo en el que vende ropa a un euro u ordenadores a 50
M. J. ÁLVAREZ
Muebles, electrodomésticos, ordenadores, menaje, libros, juguetes, zapatos, ropa, bicicletas... a precios increíbles. Irrisorios. De un euro hasta 60. Durante todo el año y sin que estemos en periodo de rebajas.
Se trata de enseres que sus dueños han desechado. Desde hace un lustro, una asociación ... de Alcalá de Henares se encarga de darles una nueva utilidad. ¿Cómo? En un rastrillo que funciona todos los martes en el local de la entidad cristiana «La sal de la tierra», una ONG que lleva 20 años ayudando a los más desfavorecidos en varios puntos de España.
Y son éstos, los más golpeados por la vida y por la gravedad de la profundísima crisis que atravesamos, los que más frecuentan este peculiar «híper». El «boca a boca» es la única publicidad que conoce este modesto local entre los alcalaínos y los visitantes que todos lo martes se convierte en un inmenso y destartalado bazar repleto de ropa y calzado que abre de 10 a 15 horas. Los demás días de la semana ofrece, en el mismo lugar, almuerzos al precio de un euro. «Damos 30 comidas de media», explica Miguel Ángel Ortega, el responsables de la entidad, situada en el número 5 de la calle de Mejorada del Campo.
«A ver, hija, ¿cómo no voy a pasarme por aquí todas las semanas? Mira esta camisa nueva —está en una caja, envuelta en papel transparente, intacta—. Cuesta un euro. Esto, en unos grandes almacenes vale 50 euros mínimo. ¿No es para llevarse dos?», indica una dicharachera Maruja, en alusión a los dos colores existentes, azul y crema. Pues sí, si hay la talla que se desea. Ella, residente en la zona, acude cada vez que puede en busca de «chollos» que encuentra. «Muchas cosas que vendemos son donaciones de empresas o «estocaje» con unas medidas concretas. Es lo que hay. No se puede elegir. Por eso, hay que aprovechar las oportunidades», explica, muy práctica, Cristina, una de las voluntarias que atiende el híper de. Hace un lustro una conocida marca de calzado mallorquín regaló 500 pares de botas nuevas.
«Sólo cuando la prenda es de marca y está sin estrenar o con la etiqueta puesta cobramos dos euros», agrega, mostrando un pantalón impecable. Lleva cinco años haciendo esa labor. «Después de verano la clientela ha ido a más. Vienen familias enteras y muchas parejas jóvenes con niños que se han quedado sin trabajo y andan muy justitos», explica Carmen, su compañera más veterana (68 años). Ellas colocan las prendas por tamaño, sexo y colores en mesas enormes. «No se cambia», reza un cartel colgado de la pared. «Hay abusos y hemos cortado por lo sano», recalcan.
«Aquí hay que mirar y remirar. Siempre encuentras algo que necesitas o de lo que te encaprichas. Yo vengo todas las semanas», asegura Babiâna, natural de Larache (Marruecos). Está con una de sus hijas pequeñas y su cuñada. «Estamos peor que nunca. No sé qué vamos a hacer. Mi marido trabajaba en la construcción y con eso está dicho todo. Vivimos de las chapuzas que hace cuando le salen porque no cobra el paro. Necesitamos un mínimo de 650 euros al mes: 500 para la casa y el resto... para todo lo demás» se desahoga. «No me importaría volver a mi país, es la única salida que nos queda porque esto no remonta...»
Babiâna acude al «híper» de los pobres, como lo llaman algunas, casi todas las semanas: «Cuando tengo suerte me gasto 5 euros en cosas que necesito para mi marido e hijos. Hoy va a ser que no. No veo nada que me interese». Su hija, de 2 años, sí ha encontrado algo que no suelta: un peluche que obliga a su madre a pagar.
La ropa de los pequeños, la de abrigo y los juguetes es la más demandada en esta temporada. Toñi, que regenta una oficina en las inmediaciones viene buscando chaquetones de cuero. «Un capricho. Yo soy de las muy asiduas. Me encanta comprar barato y soy muy amiga de los rastrillos», indica mientras revisa unos chaquetones de piel de color chocolate. «Buscaba uno para mi hija, pero no le vale. El año pasado me compré cuatro»«¿Cómo?». «Sí, porque eran modelos distintos y en granate, beige, negro y camel, y, todos de mi talla», se ríe.
También hay otros compradores curiosos y con una peculiar cultura del valor de las cosas, especialmente, de los libros. Es el caso de Vasile, un rumano mecánico electricista que lleva 15 años en nuestro país. «Aquí encuentro cosas que solo ves en las bibliotecas. Me he llevado manuales para reparar objetos, de fontanería... Mis amigos me dicen que porqué no los tiro, que son viejos. Un libro nunca envejece, hay que dejarle que viva otras vidas», agrega. Es lo que hacen aquí. «A ver si os traigo unas bolsas», dice una mujer.
En un anexo se halla el almacén de muebles. José acaba de bajar de su coche un carrito de bebé, una cuna, cambiador y percha. «En lugar de ir a un punto limpio lo traigo aquí para que le sirva a alguien». En el local hay desde ordenadores por 50 euros, bicicletas estáticas por 60 o sillas de oficina por 10 euros, como la que se lleva Isabel y Paco, su marido.
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