Álvarez-Cascos, el regreso del «general secretario»
Álvarez-Cascos es reclamado por las bases en Asturias para poner orden en la organización y sacar al Principado de la marginalidad, pero despierta los recelos de parte de la nueva dirección nacional al representar el empuje, el desprecio por la imagen y el PP sin complejos de la anterior etapa
Ingeniero de Caminos, concejal, cronista taurino, pescador y cazador, vicepresidente del Gobierno, ministro de Fomento (la etapa de mayor inversión de la democracia), diputado, senador, casado tres veces, padre de seis hijos, asturiano militante, asesor de una empresa de comercio de arte, presidente de otra ... de informática avanzada y, sobre todo, secretario general del PP que hizo el tránsito de la oposición al poder bajo su mando de «general secretario» con José María Aznar de presidente. Todo eso —y muchas veces al mismo tiempo— ha sido o es Francisco Álvarez-Cascos (Madrid, 1947) a lo largo de su carrera, uno de los políticos más controvertidos y concienzudos de la democracia, el más odiado por la izquierda y el más querido por las bases de su partido. Después de seis años de retiro voluntario y anunciado desde antes de la derrota electoral de 2004, esas mismas bases claman en su tierra para que sea candidato a la presidencia del Principado de Asturias (dan por hecho que ganaría), él espera y Rajoy guarda silencio.
La figura de «Paco Cascos», como es más conocido en el PP, despierta pasión y esperanza en buena parte del partido, pero suspicacias entre algunos nuevos miembros de la renovada dirección, quizás porque es y representa lo contrario que ellos: empuje y esencia del antiguo Partido Popular sin complejos; afán por el proyecto y la organización y cierto desprecio por las cuestiones de imagen.
Sus antiguos compañeros y subordinados en los ocho años que estuvo en el Gobierno y en la década en que permaneció al frente de la secretaría general del Partido Popular admiten que Álvarez-Cascos «está preocupado con todo lo que ocurre en el partido y en especial en Asturias», pero no se atreven a sostener que esté decidido a volver a la arena política. No se lo ha comunicado ni a sus más íntimos ni encaja en la lógica y tradiciones nacionales pasar de ex vicepresidente del Ejecutivo a aspirante a presidente autonómico. Pero también añaden que el ex «número dos» de Aznar nunca ha seguido las reglas de jerarquía y comodidad de los demás dirigentes y les resulta evidente que si se lo piden por el partido y por Asturias se fajaría en el empeño más y mejor que cualquier novato.
«Es un clamor para que vuelva», admiten en las mismas fuentes populares sobre el ambiente político en el Principado. Allí empezó en su vida profesional como ingeniero, en la política como concejal en Gijón (1979) y en sus aficiones más conocidas como la caza y la pesca, y en las más ocultas, como la escritura. Firmó crónicas taurinas en la prensa local con el seudónimo de Curro Pelayo y tiene publicados varios ensayos, algunos sobre su región como «Rasgos y riesgos del desencanto astur» o «Los parlamentarios asturianos en el reinado de Fernando VII». Aunque por sus diferencia con la dirección del PP local ha llegado a trasladar su ficha de militante a Madrid, sigue el día a día de su región, donde todavía vive su madre.
Luego está lo que le deben los asturianos en general, según destacan sus partidarios. El general secretario, como un día fue bautizado por el propio Aznar, estuvo al frente de la candidatura del PP en Asturias y ganó en las elecciones generales de 1996 y 2000. Según recuerda un miembro de los gabinetes de Aznar en aquella época, «no había un Consejo de Ministros en que no se aprobara algo, inversión o lo que fuera, para su tierra». Fueron los ocho años del gran empuje en inversiones públicas para el Principado, olvidado durante la etapa de Felipe González en el poder. Y luego, con Zapatero en la Moncloa y pese a estar la Comunidad gobernada por el PSOE volvió la marginación.
La posibilidad de que Álvarez-Cascos regrese a la política activa para poner orden en la organización y en la Comunidad autónoma ha progresado de abajo hacia arriba, desde las bases a las juntas locales. El ochenta por ciento de la militancia le reclama, según las últimas encuestas. Los dirigentes regionales, preocupados por el movimiento interno, han pasado de la oposición primera —saben que haría borrón y cuenta nueva— a la ambigüedad o a ponerse de perfil por si desde Génova acaban por pedírselo.
Jefe estricto
«Cascos imponía un frenético ritmo de trabajo y rigor», «era un maniático de la organización», «más que autoritario es que tenía autoridad», «mandaba mucho y también gritaba». Cascos dejó la clásica imagen de jefe estricto, exigente y claro, para algunos difícil de aguantar, pero con el añadido de que daba la cara por sus subordinados y de que era el primero en dar ejemplo en el esfuerzo. En Génova y en La Moncloa se quedaba de guardia en agosto, cuando se iba el jefe, y era raro que no dedicara el fin de semana a actos del partido o también a hacer esos mismos turnos.
Sus relaciones con Rajoy empiezan a ser un enigma. En la sede de Génova, Álvarez-Cascos mantuvo despacho hasta hace poco tiempo. Entraba, saludaba a sus antiguos colaboradores, hacía algún comentario sobre los desastres de Zapatero y se iba. También mantenía domicilio en el barrio. Rajoy, cuando era vicesecretario general en los tiempos de la oposición, era quien le cubría en algún fin de semana que no trabajaba. Fue la etapa entre su primer matrimonio con Elisa Fernández Escandón —con quien tuvo cuatro hijos— y el segundo matrimonio —con Gemma Ruiz Ruiz, dos hijos—; cuando tenía una novia llamada Cristina y se permitía tomarse algún fin de semana libre, según recuerdan en la sede central del partido, no como dejación de obligaciones, sino como raro relajo en su consagración a la causa política. «Su vida familiar, que podía ser complicada, nunca afectó a su obsesión por el trabajo», insisten.
Hay quien asegura que el ex secretario general ha anunciado e incluso consultado sus escasas comparecencias en público de los últimos años con Rajoy, aunque la ambigüedad sobre la candidatura deja claro que la comunicación no debe de ser muy fluida en las últimas semanas. O que los tiempos de Rajoy no son los de las bases del partido en Asturias.
De vuelta al dilema, entre los dirigentes más curtidos del PP hay pocas dudas sobre los beneficios que aportaría el regreso de su ex jefe o compañero. «El problema es que él quiera», comentan. Para el partido aporta una experiencia política, un peso y un conocimiento de la región que le convierten en el candidato idóneo, un lujo, el único que podría barrer a la izquierda y ganar por mayoría absoluta, porque allí el PSOE gobierna con el apoyo de Izquierda Unida y al PP no le basta con tener más escaños que los socialistas.
El regreso se atiene más al modelo de la política francesa —primeros ministros y ministros que cierran su carrera en las alcaldías de sus pueblos y ciudades de origen, encantados con tener un representante de renombre— que al seguido por Manuel Fraga cuando dejó la presidencia del PP, pues el fundador de Alianza Popular alcanzó en la presidencia de la Xunta de Galicia su puesto institucional más alto. Cascos volvería a Asturias después de haberlo sido casi todo en política, desde concejal a vicepresidente primero del Gobierno. Fue de los primeros políticos de su generación en demostrar que sabía irse, entre otras cosas porque tenía profesión y carrera anterior, algo ya raro en los últimos gobiernos. Adelantó y cumplió el anuncio de que se iría con Aznar al dejar el Ejecutivo en 2004.
En 2000, el entonces presidente del Gobierno decidió que Cascos dejara de ser vicepresidente para quedarse de ministro, aunque fuera de Obras Públicas. «Cómo se lo tomó es algo que sólo saben Aznar y él, pero desde el primer minuto fue evidente que no se fue al ministerio a regañadientes sino con pasión», recuerda un miembro de aquel gabinete. «No establece jerarquías ni sabe de graduaciones, es plano en su dedicación, todo potencia», apunta otro compañero. En cuatro años se convirtió en el mayor impulsor de las obras públicas de la democracia, multiplicó los planes y revolucionó hasta los métodos de financiación en las autopistas. El PSOE se pasó después una legislatura de inauguraciones a costa de lo avanzado por Cascos.
Partido ganador
De los tiempos en la vicepresidencia primera del Gobierno también se recuerda en el PP su obsesión porque los ministros atendieran a sus obligaciones con el partido: «Pobre de aquel que hubiera pasado por alguna provincia sin haber tenido en cuenta a la organización local». Y, por supuesto, también evocan sus antiguos colaboradores la «mano de hierro» que empleaba como responsable de la coordinación de los distintos ministerios.
Desde muy pronto, por su defensa cerrada de los principios del partido y luego por encabezar, por orden de Aznar, las operaciones contra el aparato mediático más próximo al PSOE, Cascos fue el adversario predilecto de la izquierda en genérico. Fue acosado a cuenta de su gestión en el «caso Prestige» y estableció un duelo judicial y de declaraciones con los mismos medios que dura hasta hoy y llega hasta el «caso Gürtel», en el que sus enemigos le quieren mezclar a toda costa.
Siempre repetía a los dirigentes del PP que «lo importante no es ganar congresos, sino ganar elecciones». Esa idea, repetida después de la derrota electoral de 2008, cuando sólo era militante, marcó un distanciamiento con el equipo de Rajoy que todavía colea. También insistía en que lo más importante era el partido, el tronco, que las ramas —llegar al poder, a las instituciones— venía después. Obseso de la organización, de fortalecer sus estructuras, de estar en la calle, no le gusta la actuación de su partido. «No se están haciendo las cosas bien», sentenció en septiembre de 2008. Entre sus escasas apariciones para apoyar las campañas del PP en los últimos años siempre hizo sitio para estar con Esperanza Aguirre, pero no para volver por Asturias, hasta tal grado llegó la ruptura con la ejecutiva regional.
Al dejar el Ministerio de Fomento hace seis años, Cascos da un vuelco total a su vida y se encuentra tan plenamente dedicado a sus nuevas actividades como antes lo estuvo con la política. Si nada más llegar a la vicepresidencia primera, en octubre de 1996, se casó con Gema Ruiz (27 años más joven que él), con la que tuvo dos hijos; después de dejar el poder, divorciado de Gema Ruiz, se volvió a casar, esta vez con la galerista María Porto, con quien colabora en una empresa dedicada al mundo del arte, de exposiciones y venta de esculturas y pinturas. Se declara profesional independiente y, cumplidos los plazos de incompatibilidades correspondientes después de ser ministro de Fomento, también reabrió hace dos años su empresa dedicada a la ingeniería civil que había abandonado 25 años atrás. Y además preside una firma de capital mejicano que se dedica a la informática avanzada.
En esta nueva vida escucha «el clamor que llega desde Asturias» y resuena en Madrid, pero también los silencios de Génova, empeñados en que «no ha pedido nada», cuando otros muchos dirigentes del PP consideran que debería ser la dirección del partido la primera instancia interesada en disuadirle para que acometiera un nuevo servicio al partido.
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