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Instituciones y utopía

En Utopía de un hombre que está cansado, Borges nos sitúa en una llanura igual a todas las llanuras, entre Oklahoma, Texas y la Pampa. Allí se le aparece al viajero un hombre que viste de gris y se expresa en latín. Con el pretexto ... de unas páginas perdidas de la Utopía de Tomás Moro, habla de otro tiempo y otro lugar donde se enseña en las escuelas la duda y el arte del olvido; donde no quedan ni bibliotecas ni museos porque se trata de borrar el ayer y no hay conmemoraciones, ni efigies de hombres muertos. Cada uno debe producir por su cuenta las artes y las ciencias que necesita. El viajero le pregunta al desconocido qué sucedió con los gobiernos. Y responde: «Según la tradición, fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen». La disolución del orden está en otros cuentos de Borges, como La lotería en Babilonia, o en los versos de La rosa profunda. Sólo nos quedaría la individualidad y la incertidumbre del sueño frente a una realidad que no acertamos a interpretar. Borges es un fantástico proveedor de imágenes de lo que hoy llamamos la sociedad líquida, donde ni dejamos ni seguimos huellas y el horizonte es una raya indefinida que cambia de distancia a cada paso.

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