Aburridos del mal
Pocas cosas pueden aburrir tanto como una ópera de Charles Gounod representada sin pasión creativa e ingenio. Y, precisamente, esa garra faltó en el estreno de «Faust» en la temporada de ABAO. Siguiendo la tradición, se apostó por contar con uno de los mejores tenores que, a día de hoy, podemos encontrar en los teatros de ópera: Piotr Beczala. Su voz, bella y de hermoso timbre, la bravura en el agudo y su canto sereno -y un poco frío también- hicieron que cristalizara en un «Faust» de referencia, inalcanzable para la mayoría de sus colegas. Sólo por él ya mereció la pena esta reposición de «Faust». Marcó, eso sí, un desnivel notable con el resto del reparto. De hecho, la Marguerite de Eva Mei quedó en un esbozo vocal del rol, salvo en el tramo final donde apenas afianzó una interpretación que no está a la altura de su prestigio. No tuvo la contundencia debida el Méphistophél_s del barítono Laurent Naouri, diablillo travieso sin mayor trascendencia mientras que el resto del elenco no fue más allá de una aseada corrección.
No contribuyó a levantar los ánimos la dirección musical plana y cansina de Rani Calderon al frente de una Sinfónica de Euskadi no muy motivada. Desajustes foso-escena fueron acrecentándose según avanzó la velada, lastrando incluso al siempre competente coro de Bilbao, que no tuvo su mejor noche. Y si le añadimos la desnuda y aburridísima puesta en escena de Nicolas Joël el tedio ya es absoluto. Dramaturgia ausente y absurda caracterización de los personajes marcaron un acercamiento carente de interés, envuelto por una escenografía y un vestuario anodinos firmados por el prestigioso tándem Frigerio-Squarciapino. Al final, sólo la apoteosis hacia Beczala sacó al público de una reacción gélida.
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