Suscribete a
ABC Premium

Roth por España

HABRÁ quien piense que Joseph Roth se fue de Berlín y se despidió de Austria para irse a morir a París por vicio o capricho. No fue así. Nuestro querido Roth, mucho más viajero que su alma gemela y copa contigua, el entrañable Peter Altenberg, ... se fue a París a morirse de asco. Cierto es que para consumar su propósito utilizó la absenta. Pero sólo porque los periódicos de la época no le valían como dosis definitiva. Y porque no existía Youtube ni internet para hacer memoria inmediata. De existir, le habrían sobrado. Y se habría ahorrado las copas. Roth se fue de viaje hacia la muerte por asco a la marea de zafiedad violenta y obscenidad moral que, desde el este, había irrumpido en Rusia, en Alemania y a la postre en su amada Austria. Cuando los fiscales y los jueces se unieron a los banqueros e industriales para jalear a la chusma ideológica de la peste parda o roja, las almas más avisadas se dieron a la fuga. Las que no lo hicieron lo pagaron más tarde. Nuestro santo bebedor que había llorado en bellísimas páginas el desmoronamiento del orden que exigía tan solo un poco de honestidad y salubridad, un poco de sentido común en las relaciones humanas, prefirió morir a comer de la basura que se venía encima. Decenas de millones murieron en aquella inmensa marejada de basura que nos trajo la primera mitad del siglo veinte en Europa. Y quienes sobrevivieron lo hicieron en un miedo que aun hoy espanta en sus testimonios que tienen sus cimas en Vassili Grossman o Boris Pasternak, en Víctor Klemperer o Joachim Fest, en Mijail Sebastian o Jorge Semprún.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia