«El piano», armonía, pasión y exuberancia
No fue totalmente una sorpresa la aparición en el Festival de Cannes de 1993 de Jane Campion con una película tan sentimentalmente compleja como «El piano», pues tres años antes ya había sorprendido esta directora al mundo con «Un ángel en mi mesa». La música ... de Michael Nyman, la inquietante interpretación de Holly Hunter, la revelación de la niña Anna Paquin, la arrebatadora fotografía de Stuart Dryburgh y la siempre sinuosa presencia de Harvey Keitel le permitieron a la directora australiana algo muy poco usual: casi tocar con los dedos la película perfecta, la pieza redonda que lo contiene todo: una magnífica geografía para contener una historia abrumadora, apasionada y deslumbrante, unos personajes esponjosos y húmedos, un cuerpo moral, musical y actoral magníficos... En fin, que ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes fue sólo el preámbulo de lo que sería un año arrasador para la película, su directora y sus protagonistas. Tanto Holly Hunter como la niña Anna Paquin ganaron los Oscar de interpretación, y hubo aún otro más para el guión de la propia Campion.
El drama romántico y novecentista de una mujer muda y su hija a su llegada a Nueva Zelanda, donde ha contraído matrimonio por poderes con un granjero (Sam Neill), parece un arranque vulgar y que encaja en miles de historia anteriores y posteriores. Pero hay un detalle inusual: llegan acompañadas de un piano... Y esa imagen del piano abandonado en la arena y amenazado por un oleaje suave será el comienzo de la auténtica y apasionante historia, mucho más original: el marido se niega a llevar el piano hasta su hacienda, sin saber que ese piano es nota a nota el alma y la expresión de su nueva y desconocida esposa. La pelirroja Mary Kate Danaher del «El hombre tranquilo» no le hubiera podido enseñar nada a esta sencilla pero tozuda Ada que interpreta Holly Hunter acerca de cómo defender con orgullo sus pertenencias. Y cuando el granjero tosco y áspero que interpreta Harvey Keitel llega a un peculiar pacto con la mujer a cambio de rescatar el piano y dejar que lo toque, el nervio de la trama adquiere tonalidades y ecos que recuerdan a la obra de H D Lawrence «El amante de Lady Chatterley», en una hermosa confusión con ese aroma melancólico de las Brönte.
Y el mayor logro de «El piano», o mejor, de su directora, es manejar y transmitir ésa y otras confusiones, en especial y de un modo fascinante la confusión de pasiones; es decir, la pasión carnal mediante el contacto suave de las manos de Adda con las teclas de su piano, y la pasión musical mediante las caricias entre los amantes. Del mismo modo, la película subraya otras figuras confusas e intercambiables, como la voz y las notas musicales, o como la exuberancia de los bosques, la humedad de los ambientes, la soledad de las playas y los estados anímicos de los personajes, tan entregados a sus pasiones y a sus agazapados sentimientos.
El modo en el que están incrustados entre sí todos los elementos visuales, musicales, humanos, argumentales y naturales en la película, su ambientación y su respiración, su historia y su trastienda, hacen que «El piano» esté completamente inmunizada al paso del tiempo. De tal modo que hoy no le pesa ni un solo día desde su estreno, hace ya más de quince años, y no da la impresión de que otros quince y aún quince más le hurten ni una hebra de su apasionada madeja.
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