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El discurso de un presidente

EN el marco de una ceremonia solemne pero austera, Barack Obama tomó posesión ayer de su cargo como presidente número cuarenta y cuatro en la historia de los Estados Unidos. Más allá de las fórmulas oficiales, las imágenes para el recuerdo o los comentarios apresurados ... sobre este acontecimiento de alcance universal, lo más importante que sucedió ayer fue el discurso del nuevo presidente, en línea con la tradición del «Inauguration Day» que procede de George Washington en 1789. Porque el presidente de los Estados Unidos, como dijera F. D. Roosevelt, ejerce algo incluso más trascendente que la jefatura del poder ejecutivo o de las Fuerzas Armadas: en efecto, su función consiste en un «liderazgo moral» que, en el contexto político de nuestro tiempo, se extiende a todas las naciones democráticas del mundo. Barack Obama es un orador brillante, cuya reconocida capacidad dialéctica quedó más que demostrada a lo largo de la campaña electoral. Ayer el reto era todavía más difícil, porque -a la vista de las expectativas- la referencia eran los célebres discursos históricos de Abraham Lincoln, el citado Roosevelt, John F. Kennedy o Ronald Reagan. La comparación con Kennedy resulta especialmente oportuna, porque la ola de expectación que suscita el nuevo líder de la democracia americana es equiparable a la que despertó en su día el mandatario asesinado en Dallas.

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