Un héroe vacuo ante el poder de ellas
JOSÉ MANUEL CUÉLLAR
Frank Miller es un tipo admirable, ciertamente admirable. En ese cuerpo enjuto de Don Quijote con mirada acerada e inquisitiva, guarda un alma coriácea, digna del mítico personaje de La Mancha. Miller vive sumergido en un mundo de heroicidad, dignidad, banderas y ... honor. Es el mundo de los cómics, cuyos amantes son espartanos de férrea disciplina en lo que se refiere a todo lo que signifique la palabra lealtad. Y, francamente, es un valor digno de elogio en estos tiempos en los que cualquiera se vende por media lenteja.
Miller, sí, sale del mundo subterráneo con la carpeta llena de pliegos de papel y sus héroes enmascarados metidos en ella. Luego, pone su alma descubierta al servicio del cine, un terreno abrupto generalmente corrompido por el dólar mercenario. Es en esta lealtad a prueba de bombas donde el dibujante-director encuentra su mejor arma, pero también, en este «The Spirit» en concreto, su mayor peligro.
Y es que Miller ha entrado a solas en este proyecto cuyo original no es suyo, sino del maestro Will Eisner. En un principio lo rechazó. Pensaba que no era digno de tal hazaña. Pero luego, en el claustro solitario de sí mismo, cayó en que probablemente la negativa era un peligro mayor. Si la obra sagrada caía en otras manos que no fueran las suyas, aquello podía acabar en sacrilegio. Así que, lleno de dudas y misticismo, se puso manos a la obra. Han sido unas manos con mucha pluma y poca cámara. En otras obras en las que Miller ha metido la zarpa («Sin City» o «300») ha tenido a directores cinematográficos encargados de que el porcentaje de celuloide fuese muy parejo al del papel, sin por ello traicionarle.
Pero en este «The Spirit» la sumisión a Eisner ha sido excesiva. De todos los trabajos del género es el más plano, justo por ese apego al original, sin apenas concesiones al movimiento, lo que desprovee de alma y vitalidad a toda la narración. La historia en sí tampoco es tan rica como sus predecesoras (algo notable en «Sin City») y entre una cosa y otra el resultado final es algo más llano de lo necesario. La elección de Gabriel Macht, igualmente basada en los mismos baremos de lealtad, física y moral, al cómic, también resulta algo errónea. Muy blando el chico para ser el típico canalla que las enamora para que ellas vuelvan a pesar de que saben, a ciencia cierta, que camela a rubias, morenas, castañas, pelirrojas, o calvas si fueran necesarias (y lo del amor a la ciudad no cuela, chaval, que se te ve venir, listillo).
En este aspecto de la búsqueda de un Charlie Moyá, canallesco y pícaro, habría sido más adecuada, sin duda, la elección de un Clive Owen, que tiene esa mirada pérfida que tanto les gusta a ellas.
Con todo, donde la película adquiere mayor tono es -además de en el ya habitual blanco y negro coloreado- justo en el mundo de las mujeres, que dominan la escena y todo el mundo de este Spirit. Desde la oronda Mendes (su culo no cabe en la fotocopiadora), hasta la sacrificada Jaime King, pasando por la felina Paz Vega (pequeño, pero jugoso papel), la película es de ellas, que controlan todos los aderezos de la narración. Scarlett también pasa por allí, pero queda aislada y pequeña (ya es retaca de por sí) ante la mayor enjundia y poderío de las otras tres, que llenan de alma el escenario de este trabajo pleno de lealtad de Miller, aunque un tanto carente de chispa, factura pagada por tanta devoción a la pluma, que aquí se come, con lentes, foco y trípode, a la cámara.
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