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Un poco de demagogia

EN las interminables cinco horas que sus señorías los senadores de la patria gastaron en discutir el martes pasado sobre unos presupuestos que hasta el propio Gobierno considera «desactualizados», unos 2.500 niños morían en todo el mundo simplemente porque no tenían qué comer. ¿Demagogia? ... Llámenlo como quieran. No es mi intención emular el discurso previsible de cualquier improvisado «trabajador de la paz». Más allá de lo que algunos considerarán un «recurso efectista» para apelar a las vísceras de los lectores está una realidad desagradable, la puta realidad, debería decirse con toda propiedad en este caso. Una evidencia que desaparece sistemáticamente del discurso político dominante en el occidente opulento, pero que sigue ahí, pavorosa e inquietante, como una de las mayores amenazas para el futuro. Y no sólo para el de esos niños.

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