José Tomás se erige en un monumento a la vida y el toreo
El silencio desbordó la reja transmutado en ruido. Un ruido que brotaba de la llama del toreo, como el silencio. La caligrafía de la armonía volaba en una turbamulta que empujaba la puerta grande con el pecho de la pasión, con el corazón de la ... razón, hasta la calle desierta. José Tomás, desde los lomos del gentío, miró sin ver a los pequeños animalistas que enfrente se empequeñecían, convertido ya en el monumento a la vida y a la bravura y al toreo que acababa de erigir en Barcelona, ni más ni menos. JT había indultado a «Idílico» con el ritmo de la clepsidra, la fluidez del agua, la lentitud de la marea baja. Y puso a su nombre todas las olas del mar.
«Vivir sin torear no es vivir», y a través de la vida, que es el toreo, José Tomás halló más vida, la del toro de Núñez del Cuvillo. Incluso más que a su son y a su tranco y a su duración, «Idílico» le debe la dehesa nueva, la vírgenes praderas y la viejas vacas a una derecha que dibujó, marcó y explotó toda su fantástica condición: José Tomás es el toreo. Y aun a riesgo de repetirme, y de que me jodan, lo ratifico. El toreo tiene muchas caras y un solo rostro: «Vera Icon». Por abajo, ligado, la muleta adelantada, el temple infinito, la cintura rota, el alma abierta y el cuerpo acompañando a compás como un todo, un universo nacido en tres series a cada cual más perfecta; la tercera fue la perfección. La seda y el mando con el toro viajando tan lejos, o más, de donde lo mandaba José Tomás. El lunar, no del torero, sino de «Idílico», fue que a izquierdas no era igual ni parecido en una estrofa al natural de idénticos planteamientos, muy ceñido, embraguetado, magnífico participio en desuso. Siguió JT camino del perdón, que había emprendido con el escaso castigo en varas, por el pitón descomunal que era el otro. Y siguió a pies juntos, enfrontilado, pero con la misma colocación cabal, con la izquierda otra vez: el toro arrolló amagando con desentenderse, pero se rehizo. Se rehizo porque el torero, el hijo pródigo de Galapagar, lo cambió de terrenos, se lo sacó a los medios y continuó con la sinfonía, ya empujado por los primeros pañuelos al viento que pedían clemencia, con más argumentos que los penosos Verdes. No nos enredemos en flecos, que los críticos somos así de tiquismiquis. El hecho supera nuestra endogamia ridícula: José Tomás perdona la vida a un toro ¡en Barcelona! La plaza reventaba de clamor, como reventona de público estaba, hasta la bandera. Por alto y por Procuna, ayudados por bajo, un molinete zurdo, tras parar y mirar a la presidencia diciendo qué, ¿no te das cuenta de la importancia que tiene esto para la Fiesta en Cataluña? El pañuelo naranja asomó como una llamarada. La gente se abrazaba, emocionada de veras, más que por las dos orejas y el rabo simbólicos, por haber tenido en su mano la posibilidad de perdonar como un César. José Tomás, andando toreramente, metió a «Idílico» en el túnel de la nueva vida con un pase de pecho.
Atrás quedaba, porque sería injusto de olvidar, un quite a la verónica, enteramente por el pitón derecho, con el que se estremecieron los grandes capoteros que desde las balconadas del cielo se asomaban con admiración: ¡qué media abelmontada! Y una faena anterior inteligente, a la altura que el toro imponía sin terminar de humillar ni repetir. Tuvo frescura, improvisación en multitud de adornos, tacto, torería y cabeza en los tiempos. La manoletinas con un cuarto de muleta cuadraron al toro en el mismo platillo. La estocada cayó desprendida. Hubo petición de la segunda oreja. Pero más valía una oreja con fuerza que dos discutidas. Lo grande vino luego: «La nueva miel labramos desde los dolores viejos». El saludo de lances concatenados habrá sido el más logrado de José Tomás en esta su temporada que moría ayer en sones de grandeza.
Otro toro estupendo resultó el sexto, un precioso ensabanado que llevaba en su ADN la reata Osborne. Calidad tuvo, especialmente por el pitón izquierdo. Serafín Marín, que sustituyó a Manzanares, se encontró al natural en una faena con una laguna en medio. Pero supo solventarla, crecerse y hacer a pulso buenas series que le valieron una oreja. Entró Marín a replicar siempre en sus turnos a José Tomás con las mismas armas: gaoneras y chicuelinas. Tan ajustado uno como otro. Perdió un premio mayor del tercero por un metisaca inoportuno.
Esplá fue Esplá con el toro más remontado, entre la casta y el genio, que fue el primero. Y cumplió entre tirones y desilusiones con un cuarto que se vino abajo también muy castigado en el caballo.
Apagó las luces Barcelona, y echó el telón José Tomás.
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