Bettini esquiva las chinchetas
Se sabía que a Toledo la ciñe el Tajo. Pero no que había otra cintura de protección. Trinchera invisible. Alguien había arrojado allí un puñado de tachuelas. Minúsculas trampas de asfalto.
Se sabía que en la subida al Cerro de los Palos iba a haber ... eso: palos. Pero nadie esperaba tantos pinchazos. En ese sorteo impuesto por la acción de algún irresponsable, a Valverde le tocó una chincheta. Con Toledo ya a la vista. El murciano paró en la cuneta y se frotó los ojos. No lo creía. Todo un día de mala suerte: antes, en el kilómetro 68, se había caído. Su trompazo habitual en cada vuelta. Chico de costumbres: apareció por Toledo con un tobillo quemado por el golpe.
Tatuado así por el revolcón, se dio luego con la tachuela. Parón en el peor momento. Camino de los «palos» del Cerro, la cuesta del «lechuga», de Bahamontes. «Ahí me entrenaba yo», comentaba el ganador del Tour 59, presente en la meta. «Verás, no va a llegar ningún esprinter». Y acertó, certero a sus 80 años. A Freire, la subida a Toledo le pilló aún desenganchado. Acabó quinto. A Bennati se le hizo eterna. Sexto. Al belga Gilbert le sobraron veinte metros. Segundo.
Bettini es mucho más que un esprinter. Equipado de serie para casi todo: clásicas, mundiales, juegos olímpicos... Le van bien las etapas a palos. Por eso fue el primero en la ciudad del «lechuga». Por dar el mejor palo. Y le dieron de premio una espada toledada. A Valverde, el tercero en la meta, no le dieron nada: se quedó con su caída y su clavo. Había gastado su arrancada en cerrar la herida abierta por la chincheta. Con un calentón de más para juntarse al pelotón, Valverde fue menos en el kilómetro final. «Además, me he quedado cerrado en la última curva», lamentó. Bettini y Gilbert entraron de pie. Pedaleando con todo. El murciano llegó sentado. El pinchazo le había obligado a descorcharse antes de tiempo. Chasqueado.
No se le acabó la mala suerte hasta que terminó la etapa. Entonces, mientras se apresuraba para coger el AVE hacia los Pirineos, le dijeron que su fortuna había cambiado: Contador, Sastre, Leipheimer, Antón, Gesink y el nuevo líder, Chavanel, habían perdido seis segundos en Toledo. Seis más ocho de bonificación por ser tercero suman catorce. Aire de regalo para la etapa de mañana en la cima de La Rabassa. Hoy toca descanso. Ayer era fiesta ciclista en Toledo. Una ciudad en la calle. «Parece el Tour», agradeció Chavanel.
Y el del Tour de 1959, el «lechuga» Bahamontes, se sentía como en París. Rodeado. Ovacionado. Le preguntaban y contestaba. Hablaba del Cerro, de la cuesta donde ensayaba. Y, a cada cuestión, sacaba el palo: «Ahora nos sabemos ni organizar la Vuelta y tenemos que vendérsela a Francia, como tantas otras cosas». Palo a Unipublic, que ha traspasado el 49% de la ronda española a ASO, propietaria de la Grande Boucle. A don Federico le comentaron algo sobre el ciclismo. Y otro palo: «Pues si aquí hay dinero para la Vuelta a España, que también lo haya para la Vuelta a Toledo. Que a mí los hoteles me cuestan diez veces más». Qué genio. Cómo va a engordar. Está igual. Como siempre. Como nunca. «Bueno, tengo menos pelo. Y me cuesta levantarme si me arrodillo».
También cantó sobre Valverde. Palo, claro: «Es que para ganar la general de una gran vuelta, hay que olvidarse de ganar etapas». Nadie le preguntó por el Gobierno, la natalidad o el cambio climático. Seguro que le sobraban palos a don Federico, el primer español que reinó en el Tour. Ahora, gracias a las bonificaciones, un francés de origen español es el líder de la Vuelta. A Bahamontes le pilló la posguerra. Su niñez fue flaca, como la de todos entonces. Como la del abuelo de Chavanel. Un barcelonés al que la guerra civil mandó de emigrante a Chatellerault.
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