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LA OTRA CARA DEL GRECO

UN CURA SINCERO

JOSÉ , JOSÉ y JOSÉ

A principios del Siglo XX, un selecto grupo de la Generación del 98, instigado quizá por el interés de los pintores de la vanguardia francesa, así como por los románticos viajeros del resto Europa, se dispone a exhumar un cadáver invernado en la injusticia de casi tres siglos de silencio en la obra pictórica del más singular de los artistas del Renacimiento. Sus cuadros, otrora arrolladores, dormían el sueño de los justos en los sótanos del Museo Nacional del Prado, o bien pudriéndose en la húmeda desidia de los conventos toledanos.

Aquella «guerrilla» de valientes intelectuales, no obstante, levantó sin pretenderlo la liebre de la codicia artística mundial por las creaciones del padre de la pintura moderna, y movilizó museos, coleccionistas y ávidos marchantes, con el ánimo de expoliar Toledo de las joyas que guardaba en su seno con la más absoluta de las pasividades.

Uno de aquellos revolucionarios de la cultura, Manuel B. de Cossío, que a la sazón preparaba con sublime inteligente vehemencia, y con la ayuda inestimable -entre otros- del pintor Ignacio Zuloaga y del gran mecenas precursor del Turismo español (y toledano), don Benigno de la Vega Inclán, la magnífica «Biografía de El Greco» aparecida, como lluvia benéfica del cielo, en 1908. En la introducción de la misma nos ofrece una tan curiosa como elocuente anécdota.

Dice, que corrigiendo las pruebas del libro de referencia, tuvo necesidad de comprobar un dato concerniente al Catálogo de obras que acompañaba a la insuperable y exitosa publicación. Motivo por el cual, hubo de desplazarse a un pueblecito toledano (no indica su nombre) perdido en los confines, ya, de la provincia de Madrid.

«Uno de esos pueblos que tienen a su entrada las eras y un castillo mudéjar, andrajoso, donde guarda paja, leña y ovejas el más rico del pueblo... Mi objetivo -afirma-, consistía en «buscar un cuadro que estaba en la parroquia derruida, y necesitaba ver al cura».

Y continúa el gran humanista de la Institución Libre de Enseñanza diciéndonos, que en prevención de malos entendidos se presentó al clérigo con la siguiente aclaración expresa: «Vaya por delante, señor cura, con el fin de desechar cualquier tipo de recelos, que yo ni compro ni vendo». -«No le extrañe a usted que los haya -responde el viejo párroco-. Acabo de leer en el periódico la que se ha armado, porque querían vender en la capital ciertas pinturas de un «chino», o un «sueco».

No entendía bien de momento don Manuel por dónde iban los tiros; mas el inefable cura lo aclara muy bien rematando su ingenuo parlamento: -«Sí, en la capilla de San José de Toledo. ¡Quién lo había de pensar!¡Treinta años de mi vida diciendo misa en ella y, vea usted, sin saber el mérito que aquellos cuadros tienen!». Así andaba la gloria del primero de los surrealistas, a finales del Siglo XIX, en la memoria cultural histórica de nuestra amada Ciuad Imperial

UN CURA SINCERO

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