pásalo
Orgullo charnego
En el noreste jamás existieron señoritos. Ni antes ni después de las cruces amarillas
En Cataluña no debe de haber señoritos. Allí, según algunas versiones rufianescas, solo pervive el paraíso social progresista, donde los hombres se consagran al dios absoluto de la igualdad. Y lo es así desde siempre, desde antes que existieran los tiempos y los vainas. Nacieron, ... como los niños con antojos en los muslos, a la historia de la humanidad con esa marca de fábrica. En Cataluña no existen señoritos. Nunca existieron señoritos. Ni antes ni después de las cruces amarillas. Ni antes ni después de los ocho apellidos catalanes que sostienen la pirámide social de su limpieza de sangre. Ni esclavistas decimonónicos cuyos descendientes desempeñaron cargos públicos gracias a los royalties de la trata africana. Nacieron así, libres y líricos como una oda de Whitman. Rebeldes y libertarios como la ocupación del aeropuerto de El Prat. Grábenselo a fuego en la frente de la memoria histórica: en Cataluña no hay señoritos. Los señoritos, como las tagarninas y las berzas, son una lacra andaluza, de la que hay que huir como los judíos del Egipto de Ramsés.
El orgullo charnego del que el otro día hacia gala el portavoz de ERC, salando la llaga antropológica del señoritismo andaluz, hay que colocarlo en el anaquel de sus ocurrencias, que son muchas y variadas, algunas tan salvajes como aquel bosquimano disecado que exhibían hasta hace poco en un museo de Bañolas. El supremacismo, a veces, se nos escapa del control freudiano de nuestro consciente, para darnos cuenta de que, bajo las tapaderas de la olla de nuestros pomposos principios, no hay más que eso: mierda. Tanta como la que el otro día degustó el señor Rufián en el gastrobar de su política de bajo costo argumental y alto coste económico. Acordarse de los señoritos andaluces olvidando los que viven a su derecha bajo el patronazgo de Puchi no es una cuestión de memoria. Es una patología política que se llama sectarismo. Huyó de Andalucía porque el señoritismo lo convirtió en santo e inocente, en taradito social descargando su sentimentalidad sobre la milana bonita. ¿A qué espera para huir de Cataluña cuando ya lo han hecho miles de empresas porque, precisamente, no soportan el señoritismo esclavista de un soberanismo tan igualitario…? ¿A que espera para imitar a los catalanes que huyeron de la tierra porque o eres señorito soberanista o no eres nada?
Entre el señoritismo andaluz, que existió, y el soberanismo catalán que impera, hay puntos de convergencia que, si yo fuera Rufián, mejor me tapaba la boca con una butifarra de casa Tarradellas. De hecho, los señoritos catalanes que aúpan a Puigdemont o a la Alianza Catalana de la alcaldesa de Ripoll, se miran en el espejo migratorio de Polonia y Hungría, a mayor gloria de su supremacismo. Un día castigarán la memoria de Mandela. Y el siguiente Rufián tendrá que irse de Cataluña, por charnego e impuro, camino de Jaén o de Granada, donde estamos dispuestos a admitir a señoritos de izquierdas catalanes… No hay cupos.
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