pásalo
El hombre invisible
¿Será esta vez que pase lo que está deseando ocurrir en Cuba?
EN su libro 'Como polvo en el viento', editado por Tusquet, el tipo de quien les voy a escribir te deja dicho lo siguiente, a modo de ahí llevas eso, a ver lo que tu bienaventurada existencia es capaz de interpretar. Abro comillas y muerdan: « ... Vengo a la iglesia porque me gusta estar allí contigo y con gente que, equivocada o no, cree en algo». Lo dice un personaje de esa generación cubana en el exilio que tan divinamente nos describe la novela. Quizás ya, igualmente, descreída por dos veces de todo, pero con la posibilidad de gritarlo, chillarlo y denunciarlo. Leopoldo Padura, el hombre invisible de La Habana, al que el régimen ni siquiera le ha publicitado no solo su obra, tampoco galardones tan valorados como un premio Princesa de Asturias de las Letras, es el responsable de radiografías sociales y sicológicas tan exactas como las de esa novela. Ahí está la Cuba que quiso ser y no llegó jamás a rozar su sueño. Hay más de tres millones de aseres lejos del paraíso tropical del postcastrismo. Él se ha quedado en su reparto habanero, en Mantilla, el barrio donde nació, allá por la casa de la pinga. Quizás saludando a la sombra de Mario Conde, su personaje más universal, sintiendo el sonido de las tripas de la isla cuando pasa hambre y el de los corazones oxidados por el exceso de colesterol de una revolución que dio poco más que chicharrones.
Leonardo Padura pregonó la apertura de esa fastuosa fiesta del libro que es la Feria que organiza Eloy Carmona con el Ayuntamiento de Tomares. Una feria, la primera del curso, de la que todos los escritores hablan divinamente, que ya tiene que estar bien montada para que un escritor hable bien de algo, a la que vienen con el gusto dispuesto a gastarlo. Padura, en Tomares, se encontró con la letra y la música de una habanera de ida y vuelta. Los tres hermanos Padura, que lo fueron de aquel empresario sevillano que asesinó el Grapo, compartieron con el escritor la historia en común de su apellido. Es más que probable que, una abuela o bisabuela de los Padura, que vivió en La Habana, le diera sangre española al apellido que comparten. Y como primos lejanos en la transparencia del tiempo compartieron cena, recuerdos y la emoción de quien se descubre en el espejo de la sangre.
Estos días, el viento de Cuaresma, ese secador de aire caliente que agosta la bonita flor de la majagua y la del framboyán, también ha puesto a hervir la paciencia de los isleños. Y la calle es desesperación pidiendo pan y algo en lo que creer, que no sea el cuento del chicharrón. Días atrás, en el teatro El Sótano en el Vedado, la luz se fue como viene siendo habitual en la isla, prosiguiendo la representación con la de los móviles que encendieron los espectadores. ¿Será esta vez que los cubanos se decidan a que pase aquello que está deseando ocurrir?
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