DESDE OGIA
La IA y los enemigos del progreso
Puesto que la Inteligencia Artificial aprende sola, a lo mejor descubre pronto la espiral del silencio, razón última de que interiorice el vocabulario y premisas 'woke' (la izquierda que hay). Acaso la IA busque la verdad fáctica bajo el discurso mayoritario de los medios y los estudios de los que se nutre a velocidad vertiginosa
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Salvo ignorancia o repetición papagayesca de consignas, no es discutible que el mundo ha mejorado enormemente desde la Revolución Industrial. Vean la evolución de indicadores como esperanza de vida, mortalidad infantil, alfabetización, acceso a servicios básicos, vacunación y un largo etcétera. Una incapacidad congénita del ... neoidiota para manejar términos relativos hace que, cada vez que se certifica lo anterior, alguien recuerde indignado la gran cantidad de seres humanos que atraviesan penurias, mueren de enfermedades evitables o ven limitado su acceso al agua. Estas almas agitadas, menos cándidas de lo que parece si reparamos en su onanismo moral, solo usan términos absolutos: las situaciones están bien o están mal, y el mundo está mal. Pero el mundo está cada vez mejor, y el proceso es asombroso si tomamos distancia y comparamos el tiempo entero del hombre sobre la tierra con los dos últimos siglos largos. O el tiempo desde la aparición de la agricultura, hace unos diez mil años, y los dos últimos siglos largos. O el tiempo desde Grecia o Roma y los dos últimos siglos largos. Quien albergue dudas de buena fe, acuda a Matt Ridley (El optimista racional), Angus Deaton (El gran escape) o Hans Rosling (Factfulness). Quien albergue dudas de mala fe, adiós.
Pese a las espectaculares mejoras desde la Revolución Industrial, esta llegó con duras transformaciones que están en la mente de todos gracias a Charles Dikens (Tiempos difíciles) y a Karl Marx. La dureza dio pie, a principios del siglo XIX, a una reacción organizada conocida como ludismo, o movimiento ludita (por Ned Ludd, seudónimo del remitente de una serie de cartas amenazantes contra industriales). El ludismo se rebeló contra la automatización de los procesos fabriles destruyendo la maquinaria de las factorías, por lo general las textiles. De forma paralela a la explosión de la inventiva, a una innovación en la producción que permitió las primeras acumulaciones de capital a muchas familias campesinas, oleadas de vecinos se fueron a las ciudades; se había expandido la producción agrícola, con la consiguiente reducción de precios en el sector primario. Es en ese contexto que el ludismo se desarrolló. Era el hombre contra la máquina, que había cambiado las reglas de juego. Comprensible si fijamos la atención en ese punto. Sin embargo, si consideramos lo que sabemos que luego sucedió, es una bendición que el ludismo fuera aplastado. Es el desarrollo de la automatización de los procesos fabriles lo que hoy permite a miles de millones de personas acceder a bienes y servicios, a condiciones de vida y a medicamentos, a ropas y muebles, a vehículos y tecnologías de todo tipo, de modo que viven (vivimos) mucho mejor de lo que vivía un hombre de posibles durante la mayor parte de la era contemporánea. Y mejor que un rey de las eras anteriores.
La revolución de la Inteligencia Artificial actualmente en marcha también va a precipitar un cambio radical en las reglas de juego. Combinada con las nuevas capacidades de procesamiento de datos, con la conducción autónoma, con el internet de las cosas, con la inagotable explotación de los sistemas reticulares, la IA anuncia una catarata de innovaciones que afectarán a los tres sectores, a la organización de los sistemas de salud, a la educación, al transporte, a la distribución… A todo. Se sabía que esta revolución iba a llegar, barriendo del mapa infinidad de oficios y profesiones, renovando de arriba abajo las rutinas de trabajo y aun el concepto de este. Y generando a la vez empleos que aún no podemos imaginar. La pandemia supuso un breve retraso, dos o tres años sobre lo previsto por los especialistas en prospectiva. Siendo sabido que la revolución iba a llegar, parece que muchas personas relacionadas con la actividad intelectual no han sido conscientes de ello hasta que se han visto charlando con Nadie, un Nadie que aprende solo y lo hace de forma exponencial. Superando la célebre prueba de Turing, ese Nadie es indistinguible de un humano, pero un humano ducho en todos los saberes, endiabladamente rápido y elocuente.
Por supuesto habrá que corregir los sesgos ideológicos que exhibe, una escora a la izquierda bastante lógica dado el cariz de la hegemonía cultural. Puesto que la IA aprende sola y va a seguir haciéndolo, a lo mejor descubre pronto la espiral del silencio, razón última de que interiorice el vocabulario y premisas woke (la izquierda que hay). Acaso la IA busque la verdad fáctica bajo el discurso mayoritario de los medios y los estudios de los que se nutre a velocidad vertiginosa. ¡Ese sí sería un peligro para los hegemones culturales! Sin descartar que, más adelante, la IA se ponga a buscar una Verdad más trascendente. Como era de esperar, los llamados progresistas claman ya contra el único progreso que existe, que es el tecnológico, pues la naturaleza del hombre no progresa. También recelan los reaccionarios, eso es más explicable. Y curiosamente los dueños de grandes corporaciones tecnológicas, como Elon Musk y muchos otros, más los que de ellos dependen de uno u otro modo, que han visto cómo algunos de sus competidores (así Bill Gates) se les han adelantado, consolidando quizá para siempre una ventaja competitiva crucial. Los nuevos luditas empiezan a enseñar los dientes. Sus reparos, sus cantinelas de moratorias (al progreso) y el coco de la amenaza a la humanidad se comprenden, de nuevo, ante el vuelco que el mundo va a dar. Solo el tiempo los desmentirá, y está vez tardará menos que en la Revolución Industrial de finales del siglo XVIII.
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