El tormentoso relevo en «The New York Times»
Dinero, machismo y choque de caracteres se mezclan en la «abrupta» salida de su directora
javier ansorena
El pasado miércoles, en su primer anuncio de la salida de Jill Abramson como directora de «The New York Times», el periódico aseguraba que ninguna de las partes había dado explicaciones al despido. A día de hoy, lo peor sobre este «abrupto cambio de liderazgo», ... como lo definió el propio periódico, es que sigue sin haber una explicación clara. En el relato de los acontecimientos que condujeron al despido de la primera directora del principal medio de prensa de EE.UU. se mezclan intrigas de palacio, cuestiones de género, personalidades ásperas y dinero.
El único intento de aclaración por parte de la empresa lo ofreció Arthur O. Sulzberger Jr., el editor del periódico. Reunido ante la redacción poco después del anuncio del despido, aseguró que el problema era «una cuestión sobre gestión en la redacción». La amplitud del concepto diluye cualquier significado.
Desde el primer momento se ha barajado que el despido tiene que ver con cuestiones de género, que se tradujeron en una desigualdad en su salario. Abramson empezó con un sueldo de 475.000 dólares cuando fue nombrada directora en 2011. Su predecesor, Bill Keller, cobraba 559.000. Se aumentó su salario hasta 503.000, y tras volver a protestar, hasta 525.000. Pero Abramson también descubrió que la inequidad de su paga venía de lejos. Su salario como subdirectora era de 398.000 dólares, por debajo de lo que cobraba otro subdirector, John Geddes. Y como jefa de la delegación en Washington, entre 2000 y 2003, era cien mil dólares inferior al de su sucesor.
Sin embargo, Sulzberger aseguró en una carta interna a la redacción que el salario de Abramson era «comparable» al de anteriores directores y que su compensación total -con pagas extras y paquetes de acciones- era «un 10% superior a la de su antecesor, Bill Kellen, en su último año como director».
Tensas relaciones
Pero el dinero no ofrece una descripción completa del asunto. Casi desde que llegó al cargo, quedó claro que la relación entre Sulzberger y Abramson era tensa. Según explica Ken Auletta en « The New Yorker », él la veía como «difícil, despótica y con falta de finura a la hora de gestionar personas en el periódico». Hace un año, «Politico» publicaba un artículo donde se detallaban las maneras duras y la desconexión de Abramson con la redacción. Una docena de trabajadores, desde el anonimato, la definían como «terca», «condescendiente», «despreocupada» o «muy impopular». «Todos los redactores jefe la han visto explotar en alguna reunión»», decía uno de los reporteros.
Para algunos, justificar el despido de Abramson por ser «mandona» o «brusca» en la redacción tiene una connotación machista, ya que estas actitudes no se critican cuando se refieren a hombres en esa misma posición.
La guinda del pastel llegó hace pocas semanas, cuando Abramson optó por contratar a Janine Gibson, de « The Guardian », como subdirectora sin consultar con Dean Baquet, que era entonces también subdirector, y ahora su sucesor como director del periódico. Este error de gestión enfureció a Baquet y precipitó la decisión de Sulzberger.
Se puede ser crítico con las maneras de Abramson, pero no con sus resultados. El periódico ha obtenido ocho premios Pulitzer en su corto mandato y sus números son envidiables: en el primer trimestre del año, obtuvo un beneficio de 22,1 millones de dólares. Y, a pesar de que un informe interno asegura que el periódico no se está moviendo «con la necesaria urgencia en el plano digital», el número de suscripciones digitales llegó a las 799.000 en marzo, 39.000 más que en diciembre.
Muchos se preguntan qué deberá hacer ahora Abramson con la «T» gótica de «The New York Times» que hace años se tatuó en la espalda.
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