EL GARABATO DEL TORREÓN
La romería que cantó Lorca
JUAN soto
El santuario de Muxía supone la eliminación irreparable de una pieza esencial de nuestro patrimonio artístico
Muy mal tienen que ponerse las cosas y mucha ciclogénesis explosiva tiene que barrer, de aquí a allá, a la Costa da Morte para que el próximo 8 de ... septiembre dejen los romeros de acudir, como siempre, al santuario de A Nosa Señora da Barca, en la breve península de Muxía, a los pies de la Galicia atlántica. Y muchos de los que hasta allí se alleguen es bien seguro que han de bailar sobre la gran piedra oscilante, «a pedra de abalar», que solo se mueve (y hasta se queja, dicen los que entienden el lenguaje litocríptico) si los danzantes están en gracia de Dios.
Es poco la tormenta, es poco el rayo y es poco el fuego para dar en tierra con la recia fábrica del XVII, camarín de A Nosa Señora da Barca y albergue de los sepulcros de los Macedas. Pero esa confianza que muchos tenemos en su robustez no impide que lamentemos la desaparición (consumada mor del rayo flamígero, según las noticias que llegan a nosotros) del altar mayor, donde la gubia del gran Miguel de Romay , la misma del retablo principal de San Martiño Pinario, dejó tallados los misterios del Rosario. Es una pérdida que a los gallegos, creyentes o no, nos aflige extraordinariamente, porque supone la eliminación irreparable de una pieza esencial de nuestro patrimonio artístico.
García Lorca nunca estuvo en Muxía pero dedicó uno de sus Seis poemas gallegos a la Romaxe de Nosa Señora da Barca , de la que, al parecer, le había hablado Martínez Barbeito , dicho sea sin pretender reabrir la eterna polémica sobre la paternidad alofónica del poeta andaluz. Mucho antes que él, la musa popular había dedicado a la advocación y a su santuario versos, coplas y cantares. Quizá los más conocidos de todos ellos sean aquellos que dicen que Nosa Señora da Barca / ten o tellado de pedra. / Ben o poidera ter de ouro / miña Virxe, si quixera . Cuentan las crónicas que el fuego devastador entró por el tejado. Es de esperar, pues, que ahora, cuando se reponga la cubierta, los constructores añadan al tellado de pedra el artilugio protector de un pararrayos.
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