PECADOS CAPITALES
Lección de anatomía
CUANDO el potente gremio de cirujanos de Ámsterdam, encabezado por Nicolaes Tulp, le encargó a Rembrandt su célebre lienzo «Lección de Anatomía», la sociedad holandesa reconoció en el cuadro una virtualidad que ha trascendido los siglos: el análisis del movimiento y las debilidades humanas. Desde que contemplé la obra su foto-fija no ha dejado de asaltarme en la memoria con la fuerza de una metáfora, cada vez que la vida me ha puesto delante alguna escena coral en la que la pulsión forense del hombre, tan frecuente como cainita, asoma a su cara. A menudo coincide con una situación cargada de dificultades, ante la que nuestra especie suele responder con la célebre «cara de circunstancias», aquella coyuntura en la que el rostro humano se torna circunspecto al adivinar la lividez cadavérica de aquello que teme.
Frivolizaría el relato si trajera a colación la reciente imagen con vocación funeraria de Michelle Obama, a punto de practicarle la autopsia a la primera ministra danesa en venganza por el momento Kodak con su marido. Pero la verdadera lección de anatomía nos la impartieron los líderes políticos madrileños en la fiesta de la Constitución. Cuando observé la gravedad de sus rostros, si no la manifiesta antipatía con que se obsequian, creí tener delante un trasunto de la mirada del «cirujano» de Ámsterdam. Rememoré las peores etapas de desencuentros y enfrentamientos públicos entre Leguina y Manzano; Gallardón y Manzano; o Gallardón y Aguirre, y aun retorciendo la memoria como un estropajo, no hallé cuadro tan bronco e inhóspito como el que nos regaló la gobernanza madrileña el pasado 5 de diciembre en la Puerta del Sol.
En la tribuna posaban Tomás Gómez, Ana Botella, Cristina Cifuentes e Ignacio González, todos bañados en el vinagre de su incertidumbre electoral. Como atenuante creí que la seriedad de sus semblantes se compadecía con la conmemoración de una Constitución ofendida y violentada por el separatismo catalán. Sin embargo, un Rembrandt redivivo no se hubiera quedado en la más epidérmica mirada, sino que habría reparado sin duda en la falta de empatía (ni siquiera la que obligan los usos institucionales), entre el socialista y sus adversarios electorales; y lo que es más grave, la indisimulada crispación entre los interpares del PP. Ni un gesto, ni una palabra de calor, entre los que aspiran dentro de un año y medio a gestionar la maltrecha vida de los madrileños y aquellos que se convertirán en su leal oposición. Nadie parecía ser consciente de que en el sueldo también entra decirse que se quieren aunque sea mentira.
Peor justificación tenía la ausencia de sintonía entre los compañeros de bancada del PP: la tensión entre presidente, delegada y alcaldesa saltaba tan a la vista que solo queda identificar al cadáver para tan ilustres forenses: Madrid.
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