Suecia teme que la quema del Corán obstaculice su adhesión a la OTAN
Los países islámicos protestan por estas «agresiones» contra su texto sagrado
El primer ministro iraquí ordena la expulsión de la embajadora sueca

No sólo Irak ha expulsado a la embajadora sueca; Arabia Saudí ha convocado al encargado de negocios sueco para entregarle una nota de protesta y para reclamar que Estocolmo tome medidas inmediatas para poner fin a los «vergonzosos actos» de quema del Corán.
También el Ministerio de Exteriores de Catar también ha convocado al embajador sueco para protestar «por las agresiones contra el Corán», al igual que Irán, país islámico pero no árabe. La Organización para la Cooperación Islámica (OCI), que integra a 57 estados musulmanes, ha prevenido sobre las «terribles consecuencias del vil acto de profanación» e incluso la ONU ha declarado que «la profanación de libros religiosos sagrados no es un acto de libertad de expresión, sino más bien una expresión de desprecio y odio religioso».
Y muchos de estos países islámicos, a través de sus organizaciones internacionales o directamente en llamadas telefónicas a Bagdad, están apoyando al Gobierno de Irak y sugiriendo que está en manos de Turquía adoptar una posición de dignidad, volviendo a retrasar la adhesión del país nórdico a la OTAN. «Es una posibilidad que se contempla y que naturalmente no es deseada», confiesan fuentes diplomáticas noruegas, pero esgrimen la legalidad que ampara tales actos de protesta en su territorio nacional.
«La quema del Corán puede ser ahora utilizada como un peón en en el tablero geoestratégico», dice el exembajador noruego Michael Sahlin, «tácticamente será ahora más fácil poner obstáculos» a la adhesión. En declaraciones al periódico noruego Expressen sugiere además que los países islámicos tienen ahora más argumentos para favorecer a Putin en contrapeso a la OTAN.
Y en los pasillos de la organización, los aliados se preguntan por qué el gobierno sueco permite tales actos, que tanto pueden perjudicar el equilibrio geopolítico en momento tan delicado. La cuestión es que los suecos, famosos por su sentido de la humildad, se sienten internacionalmente orgullosos de su defensa nacional de la libertad de expresión, una tradición que el país mantuvo incluso cuando sus vecinos europeos se enzarzaban en cruentas guerras religiosas.
«Estamos pagando un alto precio»
«Es una fuente de orgullo nacional«, explica el profesor de Derecho Civil de Estocolmo, Mårten Schultz, que señala que aunque este tipo de actos pueda causar indignación en el extranjero, «la gente en Suecia está más relajada al respecto». «Se debe permitir expresarse de una manera que moleste u ofenda, ese es el sentido de la ley«, dice Schultz, «aunque está claro que estas declaraciones perjudican a Suecia y sus intereses y que estamos pagando un alto precio por la libertad de expresión de mayor alcance en el mundo».

El país escandinavo lleva permitiendo una amplia libertad de prensa desde 1766, a la vanguardia del mundo. Durante el siglo XVIII, la monarquía absolutista se convirtió a un tipo de sociedad más democrática que hoy es recordada en el país como la gran «época de la libertad». En el Reichstag de Estocolmo se promulgó la «Ley de Libertad de Expresión», que incluso permitió que la familia real fuera duramente criticada y que marcó un espíritu que Suecia ha mantenido en sus sucesivas legislaciones. Según un estudio de la Universidad de Uppsala, ningún país de la UE tiene más derechos referidos a la libertad de expresión y libertad de prensa.

Incluso los funcionarios públicos están legalmente protegidos si traicionan secretos de Estado, todo ello sostenido sobre tres de sus cuatro principios constitucionales. «Ofrecen un escudo protector para las opiniones que pueden no estar bien pero que aún deberían expresarse», argumenta Nils Funcke, experto en libertad de expresión y miembro del Comité para la Libertad de Expresión que defiende que «quemar el Corán no es discurso de odio«. Hay jurisprudencia específica que así lo sostiene, como la declaración en 2020 de la fiscalía de Malmö, según la cual quemar el Corán no debería considerarse un delito de incitación al odio.
El refugiado de 37 años Salwa Momika, que recibió el permiso oficial para manifestarse ante la embajada de Irak en un acto en el que quemó el Corán y se limpió los zapatos con la bandera iraquí, no asume por su parte ninguna responsabilidad e insiste en que se mantiene en su actitud. «No soy responsable de nada de todo eso», dice en referencia a la crisis diplomática, «el problema no es con nosotros, sino con las libertades civiles en países musulmanes como Irak: un país con milicias sin ley, dominado por la ignorancia, el atraso y la pobreza».
Según testigos presenciales, si no volvió a quemar el Corán en su manifestación del jueves fue porque el libro se había mojado demasiado a su contacto con el césped, mientras lo pisoteaba, y no pudo prender bien. «Me gustaría que el foco se ponga en que hablé sobre los versículos del Corán que incitan a matar y sobre el líder de la milicia Muqtada al-Sadr. Y que me limpié los zapatos con su foto y con una foto del líder iraní Jameini». Añade que ahora teme por su seguridad y que todavía no sabe si llevará a cabo más acciones de este tipo.
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