YO CONFIESO
Nunca como en los últimos años, en los que el personal se mata (aún no literalmente, pero todo se andará) por alcanzar la meta de salir en la pequeña pantalla, resultó tan ajustada la sentencia aquella de Noel Coward de que la televisión no es para mirarla, sino para aparecer (y perecer, en la mayor parte de los casos) en ella. Con excepción de Rosa Belmonte, que además de adicta es valiente, casi nadie se atreve a reconocer públicamente que le gusta la tele. Está mal visto. Es casi tan nocivo para tu vida social como confesar que el sushi te da dentera, que no acabas de pillar a Wes Anderson o que tienes un disco de John Denver. La televisión, por definición universalmente aceptada, es perniciosa. Es de conocimiento público que tiene la culpa de todos los males de la sociedad contemporánea: de la burbuja inmobiliaria, de la inseguridad ciudadana, del fracaso escolar y, además de la de Chanquete, de la muerte de Manolete. Eso sí, sales con una cámara a la calle y te conviertes en el flautista de Hamelín.
Por eso resulta tan anómalo el mensaje, un sms de esos, que un espectador coló hace unos días en «Channel nº4», ese magazín tan «in»(sulso). «He dejado el trabajo por ver vuestro programa», aseguraba el enfervorizado seguidor con una vehemencia singular en estos tiempos de descreimiento catódico. Respetable su delirio, aunque algo desmedido si se tiene en cuenta la pasión de Cuatro por la redifusión. Con una jornada reducida igual hubiera bastado. Comprar un DVD grabador tampoco hubiera sido una mala solución. Deseamos que, al menos, haya tenido la prudencia de solicitar una excedencia, por si la química (lo de la física se supone que es imposible) entre la Siñeriz y Boris no termina de funcionar. En todo caso, este individuo es, desde ya, un símbolo, el Rosa Parks de esa clase marginada que somos los teleadictos. Su ejemplo deber servir para que, envalentonados, clamemos: «Sí, confieso que me bebo la televisión». Que arda la mecha de la revolución, antes de que el Gobierno que todo lo tutela termine por prohibir su consumo.
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