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Nolancos

Para el progrefascismo nacional, la tragedia de Guadalajara no está en los muertos; está en la imposibilidad de encontrar a nadie de derechas a quien cargarle el mochuelo. Todos hemos oído el último grito del posmodernismo zen: "Se metieron en una zona de riesgo, viene una racha de viento y en segundos... plaf." Mejor correr a la China, lejos de las llamas, evitando las rachas de viento. Ya lo dijo Pérez, el hijo del guardia: "Estamos ante el primer presidente español en la historia de la humanidad que no es un nacionalista español." La idea, pues, es echarle el marrón al excursionista que se puso a hacer una barbacoa en el lugar destinado a hacer barbacoas: todo el peso progrefascista de la nación, y es mucho, caerá sobre él. No se descarta, además, que algún pariente suyo milite en el partido de la derecha, aunque esto habrán de determinarlo Manoliño Rivas y Suso de Toro, expertos en catástrofes. Los cómicos de guardia esperan, piafantes, la orden de abalanzarse en manifestación por los rastrojos de la Alcarria al grito de "¡Nunca mais!" ¿"Nunca mais"... qué? "Nunca mais" un excursionista haciendo barbacoas en los lugares destinados a hacer barbacoas. El excursionista, desde luego, es un "pringao". Y todos los políticos afectados, unos "nolacos". ("Sí, y no me ponga esa cara de ajo", le decía una vecindona a la vicepresidenta con cara de Greco.) "Nolacos" es como el genial Pepín Cabrales llamaba, hablando de vergüenza, a quienes no la conocían. Si no hay Dios, piensan los nietzscheanos, todo está permitido. Y si no hay vergüenza, tampoco. La catástrofe de Guadalajara es un espectáculo planteado como una ópera de "nolacos". Toda su inepcia es material para el incendio. Mal los politiquines locales, enredados en declarar "persona non grata" (esto, en román paladino, significa: "si te vemos por la era te corremos a cantazos") al jefe de la derecha. Y requetemal los politiquines nacionales: la señora del Medio Ambiente no ha tenido inteligencia ni para echar un cubo de sus famosas "aguas fecales" sobre el fuego. Los castizos razonan: "¡Hombre, después de lo del Carmelo, llovía sobre mojado." Y éste era todo el plan contra incendios.

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