Mairena
EL curso escolar comienza con la esperanzadora noticia de que un tercio de los estudiantes españoles de bachiller abandonan antes de terminar. Un esfuerzo más para ser republicanos, como decía el marqués de Sade, y nos pondremos enseguida en los dos tercios. Quién sabe. Con un poco de suerte, para el dos mil dieciséis -Olimpiadas en Sigüenza, capital de lo que haya quedado de España- se habrá suprimido la escuela, viejo sueño de Ivan Illich. Ya estamos a la cola de los países de la OCDE en lo que a nivel de instrucción se refiere y las empresas desconfían de nuestras titulaciones superiores.
¿Cómo hemos llegado a esto? A base de regeneracionismo, como siempre. Buenas intenciones y experimentos, no hay otra fórmula. Los experimentos han fracasado. Todos. Pero las intenciones eran inmejorables. Permítanme traer a colación un pensamiento de Juan de Mairena: «Para mí... sólo habría una razón de peso contra la difusión de la cultura -o tránsito desde un estrecho círculo de elegidos y privilegiados a otros ámbitos más extensos-, si averiguásemos que el principio de Carnot rige también para esa clase de energía espiritual que despierta al dormido. En ese caso, habríamos de proceder con sumo tiento; porque una difusión de la cultura implicaría, a fin de cuentas, una degradación de la misma, que la hiciese prácticamente inútil. Pero nada hay averiguado sobre este particular. Nada serio podríamos oponer a una tesis contraria que, de acuerdo con la más acusada apariencia, afirmase la constante reversibilidad de la energía espiritual que produce la cultura, como no fuese nuestra duda, más o menos vehemente, de la existencia de la tal energía. Pero esto habría de llevarnos a una discusión metafísica en la cual el principio de Carnot Clausius, o no podría sostenerse o perdería toda su trascendencia al estado de la pedagogía». En España, podríamos entronizar a Mairena como santo patrón laico de la pedagogía progresista. Es, por supuesto, un pedante y un impostor intelectual, que necesita mezclar el chorizo con la velocidad o la cultura con la termodinámica para construir lo que parece un argumento. Y, además, un resentido, incapaz de ver en los auténticos sabios -él, desde luego, no tiene nada de eso- algo distinto a un producto del privilegio. Como progresista, sobra decirlo, odia los privilegios y concibe la escuela como un instrumento para abolirlos. Resulta curioso que en la genealogía del igualitarismo pedagógico no se le haya concedido el lugar de honor que merece (y lo merece más que Giner de los Ríos). Sólo Mairena se ha permitido afirmar, con toda desfachatez, que la degradación de la cultura como efecto inevitable de la nivelación social no es más que un fenómeno transitorio, previo a su desarrollo hipertrófico. Invirtiendo el aforismo medieval, Mairena ve a los hombres nuevos que surgirán de la escuela igualitaria como gigantes a hombros de enanos. El hecho de que este sofista bolchevique fuese sólo emanación apócrifa de un poeta por tantos otros conceptos admirable no debería eximirle de un reconocimiento póstumo.
Aunque es innegable que la responsabilidad en el fracaso histórico de la escuela y la universidad debe ser repartida entre la izquierda y la derecha, hay que adjudicar a cada parte lo que en justicia le corresponde. El reparto debe ser desigual, porque la derecha será culpable de cobardía acomplejada, de tibieza, de apocamiento y de entreguismo (por cierto, aquí y en los Estados Unidos), pero el proyecto de convertir la escuela en un rasero revolucionario y la universidad en un dispensario gratuito de títulos pertenece a la tradición ancestral de la izquierda y por ésta ha sido y es mantenido frente a toda tentativa de establecer una meritocracia basada en las capacidades y, sobre todo, en el esfuerzo individual. Para el progresismo español, que bebió en Mairena, las dotes naturales son un disfraz de los privilegios de clase; el esfuerzo, puro egoísmo competitivo. En algo acertó, sin embargo, aunque ahora las cuentas salgan al revés. La escuela y la universidad pueden ser eficaces instrumentos de transformación social. De momento, ya han conseguido crear un nuevo proletariado, en el viejo sentido marxista de ejército laboral de reserva, a partir de los retoños de las clases medias.
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