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Match Point

Match Point

Woody Allen, que como todos los falsos tímidos sabe mucho de amor, no controla tanto el mundo de la raqueta, como bien se vio en la excelente «Match Point». No suelen los tenistas, ni siquiera los de medio pelo, ir al acoso y derribo de las estupendas casaderas con el armario repleto de joyas. Más bien es al revés. Altos, guapos, millonarios, educados, correctos y simpáticos, la elite del tenis es un universo diminuto donde, a pesar de lo dicho, no todo es oro lo que reluce en materia del corazón.

Un día le preguntaron a Svetlana Kuznetsova cómo era posible que hubiera tantos romances entre los tenistas. La rusa contestó con rotundidad: «¿Y qué quieres? Estamos todo el año de viaje, de hotel en hotel, sin tiempo para salir, recuperándonos de grandes esfuerzos con los masajistas y, cuando no jugamos, descansando entre partido y partido. No tenemos tiempo para salir a conocer gente, así que acabamos liándonos entre nosotros mismos».

Así es como ha salido el romance del año. La temporada pasada surgió a la luz pública Ana Ivanovic, una belleza serbia que emergió de las sombras guerreras de los Balcanes. Una belleza morena que aprendió a jugar al tenis en una piscina vacía, casi entre mortero y mortero. Fue, nunca mejor dicho, la bomba. Es alta (1,84) y 21 añitos recién cumplidos, una preciosidad de cara angelical que sonríe hasta en la más cruel de la derrota, feliz por haber sobrevivido al peor de los horrores (vamos, igualito que Schuster). Con su simpatía y belleza, enamoró a todos los mortales. Pero claro, hay mortales y luego están los «galácticos», una raza especial muy superior a la humana en aspectos del corazón.

Los galácticos son españoles y es un dúo conformado por Feliciano López y Fernando Verdasco. Los dos forman el complemento perfecto, uno es rubio mechado, de ojos verdes y 1,90. Fer está en el 1,87, el clásico morenazo de los que le gustan a las mujeres y unas facciones tan agitanadas que en el circuito se le conoce como Farruquito. Verdasco, que cuando sonríe el brillo de sus dientes es un flash a medio metro, ha saltado de modelo en actriz hasta acabar en Dafne Fernández, con la que rompió hace poco. La semana pasada se supo que había «cazado», o al revés, a la joya de la corona, que es Ana Ivanovic. De Ana se dice que había tenido escarceos con Tommy Robredo, otro español de ojos azules del que ellas dicen que tiene una mirada muy masculina. Robredo es tímido, reservado y tan correcto y educado que llama a confusión, pero no, se dice que las mata callando y no, no estuvo con Ana.

Fer ha hecho diana en un mundo en el que a nivel de guapos todos hablan de Feliciano López como «lo más de lo más». No obstante, la calle se equivoca. A Feli, que acaba de dejar una larga relación con María José Suárez, todas le aman porque es afable, sencillo y natural en su vida privada, muy amigo de sus amigos y sin enemigos conocidos. El problema, según ellas, es que tiene una belleza simple, demasiado perfecta, una especie de Jude Law.

El hombre perfecto

En realidad, el que parte el bacalao, el Bryan Ferry del tenis, el Cassano profesional, el gran icono de ellas es... Carlos Moyá, el hombre perfecto. Con 1,90 y esa gorra comprada con la visera hacia atrás (no le da vuelta como el resto, es que su visera es así), Charlie tiene ese punto canalla que las enloquece. Es el chico malo que no lo es pero que lo parece, el tipo divertido pero señorial, golfillo pero tímido, educado y atrevido. Ha pasado por las manos de Patricia Conde, Flavia Penetta y ahora Carolina Cerezuela, entre otras... Un tipo que derrite sin nada, sólo con estar.

En el circuito femenino, muchos miran a Ana Ivanovic y Maria Sharapova, pero la primera ya está pillada y la segunda es más mito que otra cosa. Pasea su 1,88 por el «area players» con una gran altivez y mucha soledad (el circuito femenino es un rincón en el que a poco que te descuidas llega una rival y te pega una puñalada maquiavélica), con un rostro surcado de venas enfebrecidas a saber por qué razón, aunque se intuye. Dicen que Maria estuvo detrás de Fernando Torres en una visita a Madrid, pero que el español, con novia hace tiempo, pasó de ella. De hecho, las chicas intentan que el Masters vuelva a la capital de España porque aquí se lo pasaron muy bien.

Empero, ninguna de ellas es el gran diamante. La verdadera reina del circuito es Elena Dementieva, la más bella del mundo del tenis. Sólo tiene un problema: su madre, que se ha pegado a ella con cola y no hay manera de despegarla. A ella le gusta Madrid y dicen que algún tipo de mirada acero azul y dudoso pasado. Asunto complejo porque a comidas, cenas, entrenamientos... a todo acude con la madre. Además, cuidado, se comenta que el mismo Putin es ferviente admirador de Elena. El caso es que es un terreno muy inexplorado, aún...

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