Claude Chabrol: «Me parece estúpido que los espectadores esperen que yo les resuelva sus problemas»

-¿Cuál es el puesto de «La dama de honor» en el conjunto de su obra?
-Hacía treinta años que no trabajaba con personajes jóvenes o muy jóvenes, recién salidos de la adolescencia. De sus fantasmas, de mis miedos, de sus angustias.
-Su filmografía es una espléndida colección de burgueses criminales, ladrones, estafadores, asesinos, gente crapulosa que se maquilla el rostro con máscaras de gente «bien». Sus jóvenes, ¿están corrompidos o endemoniados?
-Corrompidos, no, no... Pero es cierto que se dejan endemoniar con facilidad. A mi modo de ver, los jóvenes son fáciles de enrolar en las sectas más peregrinas. Por razones totalmente simples, idiotas, con frecuencia: para no estar solos, para encontrar compañía. Qué sé yo. En esta película, el personaje masculino, Philippe, quiere pasar rápido del proletariado más modesto a una cierta burguesía. Y, llegará, sin duda, rápido. Pero al mismo tiempo, esa ambición material cohabita con un vacío inmenso, una ausencia absoluta de fantasía, un miedo profundo hacia la incertidumbre, unas relaciones con su madre que rozan el incesto, tiene demasiados compromisos. De ahí que, finalmente, está a las puertas de un abismo muy próximo al fanatismo.
-En sus películas, el sexo, la carne, el dinero, el poder, la gula, la lujuria, las pasiones, tienen un puesto central, que siempre está al borde del crimen. En este caso, las pasiones se instalan en las fronteras del vacío absoluto.
-A estos personajes jóvenes o muy jóvenes también los pierde la pasión de quien intenta amueblar el vacío. Sin conseguirlo. En el caso de mi personaje central, ese vacío abismal lo transforma en una especie de zombi.
-Detrás de ese vacío, es fácil descubrir un retrato muy negro de una cierta Francia profunda.
-No solamente de Francia... Se trata de problemas de países ricos. Los países pobres tienen otros problemas. La gente deriva más fácilmente hacia el canibalismo puro y simple. En los países ricos, el vacío se amuebla con monstruos. En Europa, todavía no hemos llegado al nivel de civilización de los EE.UU. donde un tipo se sube a una iglesia, o se oculta en el cofre de su coche, para matar fríamente a la mayor cantidad de gente que puede, a tiros. Pero en fin... Vamos progresando. No tardaremos en llegar. Mis jóvenes se dirigen a buen paso hacia ese universo tan próximo a la locura.
-En «La dama de honor», el infierno ha descendido hasta una cava, que es el lugar donde se guarda el vino, el lugar donde el vino madura y se transforma en algo glorioso.
-Qué quiere... En el último piso de la casa de mi película se guarda el cadáver; y en la cava habitan los fantasmas...
-Su filmografía es un fresco impresionante de una Francia burguesa, acomodada. Me pregunto si con esta película no desciende usted algunos peldaños.
-Bueno... ya había filmado personajes de una Francia «laboriosa», de pequeños comerciantes, vendedoras... Pero todavía se puede descender mucho más bajo... Recuerde que también hay una Francia marginal, que puede ser feroz.
-Sin embargo, hubo incluso un Claude Chabrol épico, que hablaba con ternura y pasión de una cierta Francia resistente contra las fuerzas del mal, como la Ocupación nazi.
-Bueno, qué quiere. Lo que yo no haré nunca es caer en el embrutecimiento absoluto. Procuro por todos los medios que los espectadores, al final de una de mis películas, salgan diciendo esta frase que yo detesto: «Ah... qué buena película... Durante hora y media he olvidado todos mis problemas». También me parece estúpido que los espectadores entren esperando que yo les resuelva todos sus problemas.
-En ese terreno pudiera pensarse que, para usted, la televisión es uno de los rostros de las cosas endemoniadas de nuestro tiempo.
-Mire: a mí me encanta la televisión. Pero, claro, como la tele es un instrumento de poder, rápidamente cayó en manos de gente de poder. Como no es un secreto que la gente de poder se lleva bien con la gente de dinero, todo se arregla entre ellos. Algo que puede dar resultados endemoniados.
-¿Quiénes le parecen más peligrosos, la gente de poder o la gente de dinero?
-Con frecuencia, los intereses de los políticos los convierte en gente muy peligrosa. Con frecuencia, la gente de dinero no tiene muchos escrúpulos. En el caso de los políticos... A mi modo de ver, en Francia, el 30 por ciento está perfectamente corrompido, es una canalla peligrosa... Pero, ojo, hay otro 70 por ciento que no diré que es totalmente honesto, pero bueno, es consumible. Incluso algunos hacen cosas muy potables.
-Sueño desde hace años que usted termina haciendo una película con François Mitterrand, sus escándalos, su historia personal.
-No está mal la idea, no... Mire, en el caso de Mitterrand, la falta de escrúpulos no le impedía tener ciertas cualidades. Lo malo, en su caso, es que cuando estuvo menos afortunado con la cabeza continuó ejerciendo el poder.
-Bueno. No me refería tanto al Mitterrand político. Me refiero al hombre de intrigas carnales. Un presidente con su familia. Que oculta a una querida y una hija en un palacio próximo. Y, durante años, consigue engañar a todo el mundo.
-Ah... En ese plano, Mitterrand no tenía competencia. Aunque León Blum también fue formidable. Blum no era un chorizo. Pero era capaz de tener una amante por aquí, otra por allí, ejercer el poder, dar lecciones moral, etcétera. Y Victor Hugo no hablemos. Algo único.
-¿Cómo ve las relaciones entre el cine europeo y el de EE.UU.? ¿Puede hablarse todavía de cine europeo?
-Los norteamericanos descubrieron muy pronto que el cine es un pilar económico esencial. Y montaron una gran industria. Con una implantación mundial. Lo único que nos salva, hoy por hoy, es la mediocridad ¡al fin! de buena parte del cine que se hace en Hollywood. Hubo un tiempo en que casi la mitad del cine norteamericano era bueno o muy bueno, buenísimo. Hoy hacen una cantidad inmensa de bodrios. Y eso nos salva. En Europa hay dos países con una cinematografía importante: España y Francia. En Francia se tuvo una idea genial: pagar el cine francés con los impuestos que se cobran, por entrada, sobre las películas americanas. Que los americanos hagan cine con mucha entrada es buenísimo para nosotros: nos quedamos con una parte de esos ingresos. Es un atraco bien montado. Por su parte, el cine español está volviendo a nacer, gracias a Franco. Gracias a los horrores del franquismo, los cineastas españoles tienen un filón formidable.
-No tengo claro que los españoles hayan llegado al estado supremo del atraco fiscal contra el cine norteamericano, que es la primera fuente de ingresos del cine francés. Y no sé si los fantasmas del franquismo pueden ser un filón permanente, muchos años, todavía.
-Bueno, los fantasmas nacen y renacen cada día. La Historia, el terrorismo, las guerras, las pasiones, el Mal; las páginas de sucesos son un filón ¡eterno!
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