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Un biombo para Boliden AB

Dice el maestro Manuel Alcántara que los chinos dedicaban a hacer proverbios todo el tiempo que no empleaban en hacer biombos. Quizás por eso, que yo sepa, no hay grandes empresas multinacionales chinas. La sabiduría popular es hostil a la riqueza concentrada. Sólo los rumanos, que son puñeteros por ser refraneros, comparten el deporte nacional del aforismo y la sentencia con la gran multinacional de la mendicidad. No hay un buen semáforo en todo el Viejo Continente, desde Hamburgo hasta Sevilla, que no tenga su rumano titular y es más que posible que la desaparición de los cisnes y los pavos reales de los parques públicos de Europa tenga que ver con el hambre de esas gentes que, organizadas, vigiladas y controladas por las correspondientes mafias -sabias en marketing-, saben distinguir entre el paso peatonal provechoso para un cojo y el cruce callejero más propicio para una joven embarazada. El know-how específico es, a fin de cuentas, la semilla que hace crecer el árbol de las multinacionales.

Los países ricos y sus multinacionales son otra cosa. No se gastan ni un euro en máximas y adagios. Tienen bien aprehendida la sustancia del dicho latino según el cual donde no hay beneficio hay daño. Ahí tenemos el caso de la sueca Boliden AB y de su filial Boliden Apirsa, SL. Si sus rectores, en lugar de estudiar en Estocolmo, hubieran chiquiteado por el Madrid castizo, tan lleno de frases hechas, conocerían el principio tabernario que enseña al que rompe a pagar lo roto con derecho a llevarse los vidrios a casa.

Estos suecos colorados, del color del camarón, llegaron a Aznalcollar, en Sevilla, para explotar una mina de pirita y, mientras beneficiaban el mineral, se les rompió una balsa y lo pusieron todo perdido de arsénico, mercurio y otros metales nocivos. Que se lo pregunten a los pájaros viudos de Doñana. El Gobierno español, con su diligencia característica y tras una enmarañada y estéril acción judicial, tardó cien meses en reaccionar hasta que el pasado viernes impuso a los bolidenses una multa de 45 millones de euros. Mucho si lo traducimos a pesetas y poco menos de nada si evaluamos los daños producidos por la catástrofe.

Todo esto sería anormalmente normal si no hubiera salido un señor con diéresis -Ulf Söderström, director de comunicación de Boliden- que, después de decir con gran desfachatez que su empresa no piensa pagar una sola corona, amenaza al Gobierno español con desvelar el verdadero culpable de la tragedia. El caso requiere un proverbio y un biombo chinos. Uno para decir en fino lo que se piensa, el otro para esconder la vergüenza o la risa -según sea el observador- que produce.

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