Las puticas de Éfeso
El molt honorable Jordi Pujol va a meter a las puticas de las Ramblas y de todas las rúas catalanas dentro de casas adecuadas, sin dejarlas ejercer su oficio al aire libre, o sea, que las va a devolver a lo que toda la vida de Dios se ha llamado «casas de putas». En vez de casas de putas, podría escribir aquí prostíbulos, lupanares, burdeles, incluso mancebías, pero los sinónimos eufemísticos son una indecencia del idioma. El negro es negro, el ciego es ciego, el idiota es idiota y la puta es puta. O sea, que las «mademoiselles de Aviñó» van a regresar a la casa donde las vio Picasso. En Éfeso, todavía se ve una incisión en la acera, con una mujer, una bolsa de dinero y una señal que indica el camino que lleva a la casa de putas. Bueno, pues las putas, como en Éfeso. Antes, los señores respetables coincidían en el salón de «niñas, al salón». En la casa que sale en «La colmena» se encontraba uno con Antonio Mingote. Y don Juan Valera compartía con don Serafín Estébanez Calderón una putita francesa llamada Mignonette.
Hace bien Pujol, porque las puticas están en la calle, si es verano, con la herramienta a la intemperie, y en invierno algunas de ellas hacen hogueras para calentarse los bajos. Las puticas se te meten en el coche aprovechando el semáforo rojo, te llaman, te echan mano al donciruelo y te ofrecen el catálogo del Kamasutra. Demasié. Se conoce que doña Marta Ferrusola le habrá dicho al honorable: «Mira, Jordi, algo tendrás que hacer con esas desgraciadas, porque un día me las voy a encontrar buscando clientela en el parapente».
La inquina feminista contra las casas de putas nació en Italia con una senadora que se llamaba Merlín, como el mago, y que propugnó una ley que tomó ese mismo nombre, la ley Merlín. La ley prohibió lo que los italianos, más blandos de idioma que nosotros, llaman «le case chiuse», las casas cerradas. Y la medida se extendió por Europa ante el alborozo de la retroprogesía. Las feministas estaban muy contentas porque, en vez de tener a las puticas sentadas, calentándose en el brasero, haciendo comedor y tomando una copa que pagaba don Anselmo, las teníamos en la puñetera rúe bajo las inclemencias del hombre del tiempo, con los rufianes, pichis y manoletines, pegándose navajazos para conquistar la esquina más rentable.
Lo que ahora va a hacer Pujol en Cataluña no se lo dejaron hacer a Álvarez del Manzano en Madrid, y mis vecinos de Cuzco tuvieron que salir a cortar la Castellana para lograr que se alejara de aquellos mercados el Museo de Razas, blancas, negras, cobrizas, amarillas, mestizas, criollas y cuarteronas, instalado allí todos los anocheceres. Total, que Gallardón viene a luchar con las putas.
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