Antes ahorrar que gastar
DEBE reconocerse que la Sanidad pública española, la porción estelar de la Seguridad Social, es modélica. Tiene sus fallos e imperfecciones, sin duda; pero, especialmente en lo que atañe a la medicina hospitalaria, es la mejor del mundo. Cualquiera que, en sus viajes, haya podido comparar entre lo nuestro y lo ajeno puede ratificar lo que digo y, muy especialmente, si la comparanza se lleva a países no europeos. Otra cosa es su coste y su déficit, algo que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero quiere paliar con lo que el PP ha definido como «un parche» y es, de hecho, una chapuza tanto política como presupuestaria.
Para empezar se impone una reflexión, nada sencilla, sobre los bienes y males que se derivan de las transferencias autonómicas de lo que antes era un sistema sanitario dotado de unidad. Hoy, de hecho, contamos con diecisiete modelos homogeneizados, y no mucho, por la inercia del pasado. Todo un muestrario en el que ni los servicios son idénticos ni los costes resultan parejos. Como es natural, el Gobierno, al que sería injusto tratar de profundo en sus análisis, trata de atajar el déficit sin mayores reflexiones previas y, por el camino más sencillo, plantea una subida de impuestos nacionales y autonómicos en el alcohol, el tabaco, la electricidad y los hidrocarburos. Impuestos finalistas en el peor estilo, por provisional y cambiante, de una Hacienda verdaderamente estatal.
Dejando al margen los costes del personal sanitario que sirve de columna vertebral a nuestro sistema de salud, peor retribuido que lo que marcan su formación, méritos y dedicación, todos los demás capítulos de la sanidad pública pueden y deben ser revisados para, con un sentido estricto y lógico, reducir sus gastos y evitar los despilfarros y disfunciones que, en los hechos, constituyen la gran sangría del mecanismo. Sólo después de contenido el gasto en los límites del buen sentido cabe la aportación de mayores recursos y mejor sería, por respeto al clasicismo hacendístico, con cargo a los Presupuestos Generales, en sus capítulos nacional y autonómicos, que con «recursos» a la medida de las circunstancias como el que, con más prisa que talento, perpetran y anuncian el complaciente vicepresidente Solbes y los titulares de Sanidad y Administraciones Públicas.
Desde otro punto distinto para la contemplación del problema debe sorprendernos o, mejor, irritarnos que las medidas que ahora propone el Gobierno del PSOE y descalifica el PP son muy parecidas, sino idénticas, a las que en su día propuso el Gobierno del PP y pateó el PSOE. El juego del poder-oposición tiene sus límites en el sentido común y, sobre todo, en la pretensión del buen ciudadano. Entonces y ahora, ahora y entonces, los dos grandes partidos nacionales acreditan una frivolidad peligrosa porque son los dos únicos que, más o menos, siguen creyendo en España.
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