EL CHELO DE BACH
ANTONIO IGLESIAS
Siempre reviste un carácter extraordinario, de acontecimiento, la audición del ciclo completo de las seis «Suites» que Johann Sebastian Bach dejó escritas para el violonchelo solo. He tenido la fortuna de escuchárselas a las más famosas estrellas del nobilísimo traductor y, siempre, aun cuando el instrumentista baje en su renombre, uno sale de su escucha asombrado ante la soberana colección bachiana, muy en particular por una inventiva genial de la línea que, de modo permanente, se adivina dentro de una trama contrapuntística, que así es de vivificante y única a un tiempo.
En el marco del XIV Liceo de Cámara, y en dos sesiones celebradas en la espléndida Sala de Cámara de nuestro Auditorio, las ofreció el prestigioso violonchelista británico Steven Isserlis, al que escuché en la tarde del viernes, en las que se catalogan como BWV 1009 y 1008, «en Do mayor» y «Re menor», respectivamente. Una técnica personalísima -jamás tuve ocasión de admirar un brazo y mano derechas con tanta elasticidad, esa difícil «souplesse» vital para todo instrumentista-. Versiones maduras atenidas al sano criterio escolástico, increíble afinación y hasta diferenciación admirable de la gradación sonora. Pero, con idéntica sinceridad, hube de lamentar la ausencia de la firme afirmación de las notas, sin lo cual todo discurso se ve dañado, máxime en Bach en el que lo horizontal es consustancial de la «voz». Sin esta afirmación vertebrada, lo banal asoma. Creo que el talento indudable de Isserlis se denotará más en otros estilos. Con todo, el Liceo le aplaudió entusiasmado.
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