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La lenta recuperación de J. tras una salvaje agresión por ser policía: «Mi día a día es estar en casa, en el sofá»

La madrugada del domingo 21 de abril, dos hombres le propinaron una paliza en una calle de Alzira al reconocerlo como agente. Le han dejado tres fracturas y nueve grapas en la cabeza. Los agresores están en prisión

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Algunas de las lesiones tras la paliza cedida
Manuel Moreno

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Cuesta no apartar la vista cuando uno ve fotografías de las graves lesiones que dos individuos le ocasionaron a J. «Me tocaron bien», resume tranquilo este policía nacional que lleva un mes encerrado. «Mi día a día es estar en casa, en el sofá. Me hago la comida y friego los platos, pero cualquier cosa que pase de eso me provoca un dolor de cuello y de cabeza insoportables», relata a ABC.

Una agresión de dos hombres, ahora en prisión, le ha dejado tres fracturas faciales (pómulo derecho, órbita del ojo izquierdo y nariz), cuatro puntos en la frente, dos en una ceja y otros dos en la nariz, además de nueve grapas en la cabeza que ya le han quitado. «Yo no tenía ninguna cicatriz y ahora tengo una en la nariz, otra en la ceja y otra en la frente».

Reconoce también que esta paliza le ha creado un «poco» de inseguridad. «Nunca he sido de echarme para atrás» en los 16 años que lleva como policía nacional, pero está esperando pasar por el psiquiatra para que le dé cita para el psicólogo. «Yo pensaba que no, pero esto te afecta», se confiesa.

La vida de J. cambió la madrugada del domingo 21 de abril en una calle céntrica de Alzira, un municipio valenciano de unos 46.000 habitantes. Conducía su automóvil para llevar a un amigo a su casa. «Vamos tan tranquilos y veo que el coche de delante empieza a hacer cosas raras, a frenar e iniciar otra vez la marcha. Me da la impresión de que busca un sitio para aparcar». En un momento dado, el conductor detiene el vehículo a medio metro del morro de J.; se baja y se dirige vociferando hacia su ventanilla. «Me grita que qué hago, que lo estoy achuchando. Viene con ganas de bronca pero, cuando llega a mi altura, cambia de actitud. Parece que me reconoce, comienza a decir que no pasa nada y yo le respondo que no le estaba achuchando».

En esas, el conductor suelta: «Ya está todo claro, nos vamos». Pero su acompañante, al que J. conoce por intervenciones policiales, baja del asiento del copiloto también gritando. «Dice que los estábamos achuchando, pero su amigo le contesta que se van porque está todo aclarado. Pero él sigue increpando; que no se va, que si se han bajado es para pegarse». Su amigo le desvela que J. es policía y entonces el acompañante se crece. «Me da igual que sea policía; nos hemos bajado del coche para pegarnos, ¿o te vas a rajar ahora? ¿Vas a ser un mierda», increpa a su propio acompañante.

J. dice que es policía nacional y que no quiere jaleos. Que sólo quiere que retiren su turismo para irse. «Salgo de mi coche, pero nada más poner un pie en el suelo me llevo un puñetazo del copiloto y los dos empiezan a pegarme. No pierdo la conciencia, pero me quedo como cuando un boxeador no sabe por donde le vienen en un combate».

El amigo de J. sale del coche y llama al 112. «En esas, me desequilibro porque me empujan contra el suelo, con la mala suerte de darme en la frente con la puerta del otro vehículo. Me tiran también una litrona, que no me alcanza, y se van cuando ven la gran cantidad de sangre». La agresión dura menos de dos minutos.

Las nueve grapas en la cabeza que ya le han quitado cedida

El acompañante de J. lo lleva al centro de salud y agentes de la Policía local lo trasladan al hospital, donde permanece ingresado cinco días. Cuando sale, los dos presuntos agresores ya han sido detenidos y están en prisión.

Un mes después, las pocas veces que sale a la calle lo hace con gafas de sol y una gorra para ir por sus propios medios al médico, que está cerca. «Cuando la gente ve mi ojo izquierdo se echa a correr, y no me puede dar el sol en la cicatriz de la cabeza», se lamenta.

Al final no tuvieron que operarle de la lesión en la órbita, pero su baja es indefinida. Le dijeron que debe estar cuarenta días como mínimo para que las fracturas suelden. «Sigo con dolor en los dos pómulos y en el cuello. Me dieron ayer el resultado de la resonancia magnética y tengo tres profusiones discales y una hernia discal. Antes de la agresión tenía molestias en el cuello, pero lo que estoy sufriendo ahora...».

No tiene hijos, pero sus dos sobrinas lo miran raro. «La de tres años me ve y no me da ni un beso; se asusta la pobre», cuenta J. sonriendo.

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