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Íñigo Urkullu, el primer funcionario

A punto de iniciar su tercer mandato, su talante de moderado y previsible convence a los no nacionalistas, que también le votan

Mapa con los resultados de las elecciones en el País Vasco por municipios

El lendakari, Iñigo Urkullu EFE | Vídeo: Atlas

Sus mayores rivales, los de Bildu, suelen definirle como el «yerno perfecto», un señor que no tiene pinta de haber roto muchos platos ni de pretenderlo. Su talante templado, esa fama suya de moderado, de funcionario gris, es precisamente lo que le permite atraerse ... la confianza de muchos votantes conservadores que no son nacionalistas pero que le fiarían las llaves de casa, del coche y hasta la carrera de sus hijos a un tipo como él que acaba de ser abuelo, de Peru, con 58 años.

Y eso que tiene una forma rara de articular frases muy largas, como si escondiera algo entre esas construcciones gramaticales imposibles con coletillas del tipo «lo que viene siendo...». A los periodistas les dificulta mucho su trabajo de sacar titulares, también por el contenido plano. Porque Iñigo Urkullu (Alonsotegui, Vizcaya, 18 de septiembre de 1961) es un político previsible, de esos que dicen que están en la cosa pública para resolver problemas a los ciudadanos, no para crearlos.

El empujón

Hace tiempo que Urkullu ha dejado de ponerse metas grandiosas para la independencia, a la que asegura haber renunciado porque en el contexto europeo no es realista. En el pasado barajó algunas fechas para celebrar una consulta política, pero el suflé catalán se desbordó y el PNV asumió que no estaba el horno para más bollos . Ahora se supone que le dará un empujón para reformar el Estatuto vasco que no termina de consensuar con nadie.

Urkullu asumió el timón de su partido tras la bajada turbulenta que supuso el «Plan Ibarretxe» y la pérdida del Gobierno vasco por primera vez en 2009. Tres años después, juró el cargo del lendakari «humilde ante Dios», retocando el viejo juramento vasco pero dejando claras sus convicciones religiosas que su antecesor, Patxi López, borró.

Se levanta a las seis y lo anota todo, hasta la tos, en el cuaderno que se hizo famoso cuando el lendakari testificó en el juicio del «procés» por hacer de intermediario entre Puigdemont y Rajoy.

No suele perder los estribos el lendakari Urkullu, que tiene hechuras de jinete, de estatura más bien corta y complexión enjuta. Sin embargo, en este campaña se le ha visto muy incómodo cada vez que debía lidiar con el escándalo de Zaldívar , el vertedero derrumbado que cinco meses después esconde los cuerpos de dos trabajadores, Alberto y Joaquín. Se le nota rápidamente a Urkullu cuando se enoja. La semana pasada no pudo reprimir sus nervios cuando un periodista le exigió responsabilida por esa tragedia. «No soy español, me siento sólo vasco», le espetó.

Lo cierto es que en plena pandemia llegó a reivindicarse como le ve la ley: «El lehendakari es el máximo representante del Estado en Euskadi, tal y como reconocen la Constitución y el Estatuto de Guernica», aseguró para expresar su rechazo al decreto del estado de alarma por el que Pedro Sánchez tomó el mando de la Ertzaintza y Osakidetza (Sanidad vasca). Con él, el alma soberanista del PNV sigue adormilado, al menos de momento.

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