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En la crisis
Esta frustración de obra inútil se repite, con llamativa reiteración, dentro y fuera del Archipiélago
La foto del puerto vacío de Arinaga publicada en este diario y la censura del Tribunal de Cuentas Europeo al desembolso de fondos públicos para una infraestructura improductiva, obliga a replantearse si la crisis que nos aprieta, aparte del imperativo de poner todos los medios para superarla, va a servir para poner coto a la alegría con la que hemos actuado en un período de bonanza, anticipados ya en la Biblia como de vacas gordas. Y si, cíclicamente, después de las gordas venían las flacas, para muchos de mi generación, con bastantes años ya acumulados, nunca las flacas habían sido de la escualidez de las de ahora.
Esta frustración de obra inútil no es exclusiva de Gran Canaria y se repite, con llamativa reiteración, dentro y fuera del Archipiélago. En la noticia que comento se alude también a la censura del mismo Tribunal Europeo a otras tres obras: dos puertos más -uno en Andalucía y otro en Italia- y una inversión ferroviaria en Le Havre, señalándolas como “ineficaces”. Y como tales pueden calificarse algunas más en Canarias, con el denominador común de compartir megalomanías. ¿Qué podría decirse de auditorios, recintos feriales, polideportivos, centros culturales, puentes, túneles y otras realizaciones sobredimensionadas, no siempre justificadas, a veces mal ubicadas y casi siempre con afán de llamar la atención o, sin más, de responder a delirios de grandeza?
Hay que decir que a lo largo de la Historia y ciñéndonos a la Arquitectura ha habido una propensión al monumentalismo y que, sin la menor duda, aún excediendo en su planteamiento a las necesidades que podían justificarlas, se hicieron obras con buena factura y mucho arte, que hoy siguen admirándose y si no tienen ocupación o rendimientos estimados ‘eficaces’, atraen a los visitantes y se contabilizan como industria turística. Incluso algunas que, de haber existido cuando se hicieron, hubieran sido rechazadas por los ecologistas actuales. ¿Cómo hubieran reaccionado ante la construcción del Acueducto de Segovia o del Monasterio de El Escorial?
Pero ante lo que se hace hoy, sin salirnos del mundo de los arquitectos, caben matizaciones y puede ser un buen ejercicio analizar realizaciones de Santiago Calatrava y de Rafael Moneo, los dos premios Príncipe de Asturias, pero radicalmente distintos.
Aparte de haber compartido los cursos de la carrera con él, Moneo ha dado una lección de contención formal, con un trabajo delicado y respetuoso con el entorno, sin gratuidades costosas, ineficaces o vulgares, por no decir horteras. Y aunque sus obras admiten valoraciones distintas, respiran excelencia: El Museo de Mérida, el Kursaal de San Sebastián, la Estación de Atocha, el centro comercial de Barcelona, la ampliación del Museo del Prado, entre las que conozco, pueden merecer distinto aprecio, incluso algunas son erradas, pero en general responden a la obra bien hecha y escapan al gasto desorbitado o inútil que ha contribuido al desplome financiero de la industria de la construcción y ha relegado la aplicación de los recursos a resolver problemas acuciantes y demandas inaplazables.
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