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Madrid 2020: El dinero de Tokio no es radiactivo
La solidez financiera japonesa fue clave para su elección como sede olímpica en 2020
miguel ángel barroso
«Omotenashi» es una palabra japonesa que define el valor de la hospitalidad, el arte de procurar que un huésped se sienta como en casa. Christel Takinawa , embajadora de Tokio 2020, aseguró en la presentación de su candidatura que esta virtud generosa ... y desinteresada «procede de nuestros ancestros y pervive en la cultura ultramoderna de mi país. Eso explica por qué los japoneses cuidamos unos de los otros, y también de nuestros invitados. Les pongo un ejemplo: si pierden su dinero, se lo devolveremos». Nada podría complacer más a los miembros del COI que un «omotenashi» bien surtido de dólares, o de yenes, que tanto da, porque los Juegos Olímpicos constituyen por definición un megaproyecto que no entiende de austeridad.
El presupuesto multimillonario de Tokio, el fondo de 4.500 millones de dólares aprobado y asignado para la construcción de las sedes deportivas, pesó más en el ánimo del selecto club que otorga la gracia olímpica que el fantasma de Fukushima. El dinero no es radiactivo. Además, Tokio tuvo el acierto estratégico de ir a por la pelota en lugar de esperarla . Desde el primer bote, la princesa Takamado apeló a los sentimientos recordando a las víctimas del tsunami que asoló las costas de Japón en 2011. La atleta paralímpica Mami Sato, que perdió una pierna a causa del cáncer, recordó que su familia había sido afectada por la catástrofe. Y el primer ministro, Shinzo Abe , señaló que las fugas en la central nuclear «están controladas» y que «no ha habido problemas para la salud hasta ahora, y no los habrá en el futuro». Balón despejado.
El príncipe Alberto de Mónaco preguntó a la superpotencia económica y tecnológica mundial por el transporte, casi una broma, y no hubo ocasión de hacerlo por el recurrente dopaje , ya que en este terreno los nipones presentan una excelente hoja de servicios. Tienen un programa de lucha contra esta lacra que empieza con los estudiantes de secundaria y se extiende a toda la sociedad, lo que ha garantizado que ningún atleta japonés haya dado jamás positivo en unos Juegos. Además, con una población de más de 13 millones de habitantes, Tokio es una de las ciudades más seguras del mundo.
El 43 por ciento de las instalaciones ya se encuentran listas y se planea la recuperación de algunas utilizadas en los Juegos de 1964. El legado olímpico también fue utilizado como una baza a su favor. Se suele manosear como argumento previo que el haber organizado un evento actúa en contra del candidato, cuando la historia prueba exactamente lo contrario. Londres ya ha acogido tres ediciones, y París, Los Ángeles, Atenas y (ahora) Tokio, dos.
Hace 49 años la capital nipona construyó las mejores infraestructuras posibles y se reinventó como ciudad, dejando atrás su disposición medieval y las huellas de la Segunda Guerra Mundial. Los del 64 fueron los Juegos de la comunicación, de la irrupción de la tecnología y de la leyenda de Abebe Bikila , el atleta etíope que corría descalzo «por dignidad». Arrasó en el maratón defendiendo el oro que había ganado cuatro años antes en Roma, aunque en la segunda ocasión sí se calzó unas zapatillas. En 2020, Tokio dará una vuelta de tuerca y seguirá siendo un anfitrión fiel del movimiento olímpico, sin reparar en gastos; un perfecto practicante del «omotenashi» con los que le han otorgado su confianza. Y si los miembros del COI no quedan satisfechos, les devolverán el dinero.
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