la nada nadea
Cállate, majo
Por esa regla de tres, los gerentes de restaurantes deberían arengar a los invitados en los banquetes
TAMBIÉN el protocolo agravia al catalanismo, que nada sería sin el factor «dignidad herida». Al líder carismático -un meteorito con corbata en trance de atravesar la atmósfera, devenir bola de fuego y hacer un agujero en Siberia- le ha dado por largarse de los actos públicos antes de que acaben e, incluso, antes de que empiecen.
Aquí se acortan todas mis distancias ideológicas y sólo puedo manifestar comprensión hacia Artur Mas: como a él, pocas cosas me procuran más placer que ausentarme en las ocasiones solemnes. Por ejemplo, durante las bodas, cuando parece que voy a entrar en la iglesia, suelo desviarme y me voy a un frankfurt. También evité aparecer en las orlas al terminar mis estudios universitarios.
Aquí supero a Mas, que a fin de cuentas sale en las fotos de Pedralbes como una cara de Bélmez, entre Rajoy y Margallo. Cara de Bélmez porque con el tiempo se dirá, ya lo verán, que «no acudió pero, extrañamente, aparece en una foto», y Cuarto Milenio le dedicará un especial. Hay señoras que han visto su cara en la falda de una montaña, en las nubes, en una tostada con ajo. Es más una paraidolia que un político. Si se le tuviera por responsable gestor en vez de tenerlo por fenómeno paranormal, le estarían pidiendo todo el tiempo los presupuestos de la Generalidad, y cosas así. De este modo se descartan tales ordinarieces y puede centrarse el ejército nacionalista de opinadores en lo importante: los rictus del líder, sí frunció el ceño, si la sonrisa llevaba ironía, en cómo salva la dignidad de los catalanes al marcharse de donde no puede perorar. ¡Un palacio que es de la Generalidad! (?)
Por esa regla de tres, los gerentes de restaurantes deberían arengar a los invitados en los banquetes. Como fuere, la excusa es formidable y me la apropio. Antes, yo dejaba de ir a los actos por desidia, por rebeldía, por insociabilidad; ahora esgrimiré la dignidad. No: la dignidad de los catalanes. ¡Tate!
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