La guapocracia

—Claro, lo votas porque has leído su programa.

—No, tampoco lo he leído, ni ganas.

—Entonces, ¿por qué lo votas?

—Porque Albert Rivera es guapísimo. ¿Tú has visto qué hombre?

—Sí que lo he visto, pero también su programa, y por eso me extraña esta «cita a ciegas», como la de muchos otros como tú, antiguos votantes del PP, que estáis cabreadísimos con Rajoy, y más que con Rajoy, con Arriola. ¿Tú no ves que Rivera ha dicho que piensa pactar con el PSOE, de modo que a lo mejor estás votando un alcalde sociata, cosa que tú no eres, por lo de los ERE precisamente?

—No me importa: porque en el PSOE manda Pedro Sánchez, que también es guapísimo.

Lo malo es que, como mi amiga, tiene que haber hoy muchos votantes de Rivera y de Sánchez que han confundido estas elecciones con el concurso de Míster España. Si Dios no lo remedia, vamos camino de una Guapocracia. Que será en cualquier caso mejor que un Frente Popular, caso de que el Guapo Sánchez, en vez de por el Guapo Rivera, sea apoyado por el coletudo Pablo Iglesias.

Esto de la Guapocracia viene funcionando desde la Transición. Mi amiga Bernardeta Vázquez Parladé, forofa de la UCD, tenía colocado en la cabecera de su cama un retrato electoral de Adolfo Suárez, porque llegó al centrismo por la vía de la Guapocracia, enamorada del señor de Cebreros. Y Felipe González obtuvo aquella mayoría en 1982 gracias a que era guapito de cara y resultón. Mira cómo no pusieron de secretario general a Guerra, que era horroroso. Guerra iba por el otro lado, por la Feocracia Española, en la que, por ejemplo, don Manuel Azaña, lo más feo que se despachaba en tricolor, fue presidente de la II República, después de otro feo con carné de feo: don Niceto Alcalá Zamora.

En España hay hasta plazas montadas de feo en los escalafones para los ascensos por antigüedad. En la Filosofía española, por ejemplo, siempre hay una plaza de feo. La ocupó en un tiempo Arangueren, que era horroroso. A su muerte, la vacante de la plaza de Feo de la Filosofía española fue cubierta por Fernando Savater, que además mira con un ojo a Kant y con el otro a Hegel. En la dictadura de Franco había incluso feos oficiales, como Juan Sampelayo, un cronista del Madrid castizo que trabajaba en la sede central de Falange, en Alcalá, 42. Había unas obras en la calle y los albañiles de las zanjas lo tomaron como reloj. Cuando llegaba la hora de almorzar, siempre había uno que veía salir a Sampelayo y avisaba a los compañeros:

—¡Dad de mano! Ya es la una, porque acaba de salir el Feo de Falange.

Lo que no me explico de la Guapocracia son los candidatos a lo Juan Sampelayo, tan feos, que pone Albert Rivera por su partido. Quizá para que resalten más su guapeza. En las elecciones andaluzas puso al sanluqueño Juan Marín, una fotocopia de Joe Rígoli con un problema añadido: que aún no se sabe si usa peluquín o no usa peluquín. ¿Cómo puede sacar adelante la Guapocracia de Ciudadanos y del PSOE un feo que según todos los indicios apoyará a Susana Díaz, al pactar abstenerse en su investidura para que en Andalucía se perpetúe el Régimen y siga gobernando el Partido de los ERE? Pues esto es lo que nos espera, como haya muchos que piensen hoy como mi amiga: el Pacto de los Guapos. Aunque mejor el Pacto de los Guapos que un Frente Popular con un Guapo Sánchez y un Coletas Iglesias perfumado de sudorina y de odio. ¡Y que se mueran los feos!