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Conversaciones con causa

Ignacio Camuñas: «Es imposible reformar la Constitución con el actual clima de discordia»

Ministro con Adolfo Suárez, tiene el honor de ser el primero que dimitió en la democracia española

Ignacio Camuñas: «Es imposible reformar la Constitución con el actual clima de discordia» Ernesto Agudo

Marisa Gallero

«Siempre estoy en contra». Lo dice Ignacio Camuñas, un político a contracorriente. Fue el primer ministro de la democracia que dimitió por estar en discrepancia con Adolfo Suárez, después de votar en contra de que Unión de Centro Democrático se convirtiera en un partido único y de que Leopoldo Calvo Sotelo fuera nombrado a dedo. «Cada vez que estoy en disconformidad, prefiero dimitir. No me gustan las zancadillas y los codazos», explica». Le ocurrió con UCD y también con Vox, el partido del que fue vicepresidente hasta el pasado mes de septiembre, porque no deseaba participar en «luchas internas».

Diplomático de profesión, editor antes que político, fundador del Partido Demócrata Popular, tuvo un papel destacado en la integración de España en la OTAN desde la presidencia de la Comisión de Exteriores y fue de los primeros en acudir a una reunión del Club Bilderberg: «No me he bajado del tren. Me preocupa la España actual y del futuro. El pasado es inmodificable».

-Usted que estaba ahí cuando ni siquiera los partidos políticos estaban legalizados, ¿qué siente cuando Podemos se refiere al régimen del 78 con tono despectivo?

-La frase de los dirigentes de Podemos de acabar con el régimen del 78 implica poner patas arribas el país entero. Estamos viviendo el cierre de un proceso histórico, que marca precisamente la llegada del Rey y su abdicación. Creo que desde el nombramiento de Adolfo Suárez hasta la aprobación de la Constitución es lo mejor de la Transición. Pero a partir de los años ochenta se inicia un suave declive y deterioro de la vida democrática. A instancias del PSOE va palideciendo la separación de poderes y se produce la transformación del Consejo General del Poder Judicial. Es cuando Alfonso Guerra dice la famosa frase de «Montesquieu ha muerto». El Gobierno acaba teniendo el control del Parlamento y de la Justicia, y empiezan los casos de corrupción.

-Entonces había voluntad de pactos, ahora parece que aterra el consenso...

-Hay mucha gente, y no solo Podemos, que habla de la necesidad de una reforma de la Constitución, pero es imposible afrontarla con el clima de discordia que actualmente existe. Ya no respetamos el himno, la bandera ni la fiesta nacional, eso no ocurre en otros países. Cuando abres el melón de la organización territorial del Estado, hay un sector que quiere una España unitaria, otro autonómica, otro federal, otros la independencia… ¡Es inviable! Vivimos en tal desconfianza mutua que hace difícil el consenso.

-Le nombran ministro para las Relaciones con las Cortes en julio de 1977 y declara: «Puedo llegar a ser el pimpampum del Gobierno».

-Tenía la responsabilidad de que el primer día de la apertura de las Cortes todo funcionara bien. Mi función era llevar la voz del Gobierno en las reuniones de la Junta de Portavoces y relaciones con el resto de los grupos parlamentarios. Íbamos haciendo camino al andar, no podíamos apelar a nada, creando las pautas de comportamiento, porque no existía un reglamento del Congreso, lo que antes había eran las Cortes franquistas.

-85 días en su cargo y dimite, ¿cuáles fueron los motivos?

-Tengo dos desacuerdos grandes con el presidente del Gobierno. Me parece más leal y más noble apartarme. Vi que la actitud de Adolfo Suárez era de una enorme debilidad frente a la oposición. Yo no tenía miedo a las diatribas del PSOE, creo que había que enfrentarse a ellas. Suárez prefirió dar un cierto paso atrás para avenirse a una política de concesiones a unos y otros. También se equivocó con la disolución de todos los partidos de UCD para crear un partido unitario, con una mezcolanza ideológica que llevó a la catástrofe del año 1982.

-¿A Adolfo Suárez le vino grande el partido o el Gobierno?

-Adolfo Suárez tuvo que dedicar la mayoría de su tiempo y de su energía a la labor de Gobierno y desatendió al partido. Había pocas reuniones, poco debate, y cada uno tiraba por su cuenta. Hubiera sido mejor presidente de la República. Tenía un enorme carisma para dirigirse al público, era un buen orador en televisión, pero le faltaban condiciones suficientes para ser un líder parlamentario. Manuel Fraga tenía una buena preparación política y teórica; Felipe González, un gran poderío oratorio, y él lo pasaba mal en el Parlamento, no le gustaba.

-Las crónicas de la época hablan de las intrigas de los líderes que buscaban suceder a Suárez. Ordóñez, Lavilla, Martín Villa, incluso usted...

-Era uno de los dirigentes del llamado sector crítico que presentamos una candidatura alternativa a la oficial en el Congreso de la UCD de Palma de Mallorca. Apoyé a Landelino Lavilla. No podíamos vivir exclusivamente a expensas del prestigio y la fuerza de Adolfo Suárez, había que crear otras alternativas internas. No se entendió, se creyó que había maniobras y luchas lo que era una legítima preocupación por el futuro del partido, porque Suárez no iba a ser eterno. Una vez que dimite, nos convoca urgentemente a los miembros del Comité Ejecutivo Nacional para designar a su sucesor y nos pone encima de la mesa el nombre de Calvo-Sotelo. A dedazo, a las doce de la noche, deprisa y corriendo. Le dije a Suárez: «Creo que hay que abrir un mínimo de tiempo de reflexión, que haya una o dos candidatos, que expongan sus ideas». Yo voté en contra de Calvo-Sotelo, ¡siempre estoy en contra! -se ríe con sinceridad-.

-¿Existe espacio para un partido a la derecha del PP, como Vox?

-Tampoco es a la derecha estrictamente, está en un plano por encima del PP, más fiel a los postulados que han dejado al margen. Vox hace una crítica más severa al funcionamiento del sistema autonómico, del tratamiento fiscal a la clase media, está a favor de la vida, de la despolitización de la justicia. Después de los resultados en las elecciones al Parlamento Europeo vimos que el electorado del PP dice mucho que no les va a votar, y luego lo hacen con la nariz tapada con una pinza.

-El Debate del estado de la Nación nos ha mostrado la España de los datos y otra más real, a pie de la calle.

-Soy consciente de que Rajoy ha hecho una apuesta muy firme y coherente de sacar el país de la grave crisis que atravesamos, y se ha dedicado en cuerpo y alma. Pero es una pena que no haya tenido arrestos para cumplir su programa y meter al diente a una serie de reformas políticas que eran indiscutibles teniendo mayoría absoluta. Ha disfrutado de un periodo de poder similar al de Felipe González en los años ochenta, y ahora vamos a entrar en un proceso de inestabilidad política, que es malo para la recuperación económica.

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