fórmula 1
Adrian Newey, el genial artesano de la Fórmula 1
En la era virtual e informática, el ingeniero estrella de Red Bull diseña a lápiz y apunta a mano en su libreta

En el profuso mundo de la vanguardia tecnológica, la trazabilidad digital y la presunta inteligencia de la realidad virtual, él no se separa de una libreta. Un cuaderno tamaño A6 destinado a escribir en él anotaciones, ideas y bocetos. Un artista del carboncillo en el reino de la sofisticación. La leyenda de Adrian Newey, ingeniero inglés de 54 años nacido en la misma población que William Shakespeare, se ha multiplicado al ritmo de su creación: el fabuloso Red Bull que, en las manos de Vettel, se ha adueñado de los últimos cuatro mundiales de Fórmula 1. Es el genio en la sombra.
Además del mejor coche, Red Bull en la F1 es señuelo de fiesta, casting permanente de modelos y desenfado vital en un campamento de puertas abiertas, sin ventanas tintadas como los demás para ver y no ser visto. Adrian Newey vive como un anacoreta en ese clima ruidoso, de estrés, reuniones, prisas y juergas. Cuentan los que le conocen y han convivido con él que su trato con el resto de los componentes del equipo campeón es «distante y escaso en palabras». Y añaden que «se nota que le duele convivir con el entorno que le rodea».
Su único entorno es Marigold Newey, su segunda esposa, con la que se casó después de separarse de Salvica, con la que tuvo dos hijas. Viaja con ella a todos los grandes premios y es quien comparte sus confidencias y visiones de un microcosmos hermético como es la F1. Con los años ha establecido un fuerte vínculo profesional con Chris Horner, el director deportivo de Red Bull, en parte gracias a la amistad que ha surgido entre las mujeres de ambos. En la Fórmula 1 se hacen muchos amigos y conocidos por la cantidad de horas muertas que hay en los circuitos.
Newey no tiene amigos en la F1, que se sepa. Su único compadre es el viento. En un periodo de fertilidad total para la aerodinámica en la reglamentación de la Fórmula 1, el ingeniero al que se compara con Leonardo da Vinci ha conseguido que el aire haga lo que él quiera que haga sobre un monoplaza. Formado académicamente en la Universidad de Southampton, obtuvo la licenciatura de aeronáutica y astronáutica en 1980. Le fascina el viento, la manera cómo influye este tipo de energía en la velocidad a motor.
De natural reservado, silencioso en su tono de voz y sin movilidad labial al hablar, a Newey no le agrada que le tilden de genio, artista o similares. «Mi trabajo consiste en que se me ocurran ideas para que el coche vaya deprisa», ha dicho alguna vez. Sin embargo, esa modestia personal, esa virtud que modera, templa y regula sus acciones externas no se plasmó en el contrato que firmó con Dietrich Mateschitz —el propietario de Red Bull— hace siete años. Cobra más que 18 de los 22 pilotos de Fórmula 1: un millón de euros al mes. Doce millones anuales por pensar cómo el flujo del viento empuja a un coche.
Pedro Martínez de la Rosa, que coincidió con él en McLaren, asegura que Newey «construye coches para ir en primera posición, con el aire limpio de cara». Alonso ha comentado en alguna ocasión, en referencia a él sin citarlo, que le encantaría que los ingenieros de Ferrari arriesgasen en sus diseños «a todo o nada». Ese es el espíritu de Newey, quien ha comentado muchas veces que «si te pasas de conservador, no vas a ningún lado». Durante su última etapa en McLaren, en el 2005 que entronizó a Fernando Alonso como campeón del mundo por primera vez, Kimi Raikkonen conducía en un alambre que disfrutan los pilotos: aquel coche ganaba o se rompía, pero no quedaba en tierra de nadie.
Uno de los pilares del instrumental laboral de Newey es que imagina los coches a mano, con el lápiz y la regla de cálculo sobre una mesa de dibujo, muy lejos del diseño virtual y los programas informáticos. «Trabaja con fórmulas magistrales y comprensión sensorial, no con ecuaciones electrónicas», cuenta Jaime Alguersuari senior, cuyo hijo fue el debutante más joven en la historia de la F1 en un Red Bull serie B, el Toro Rosso. Adrian Newey funciona con los dedos, por intuición y riesgo. «Propone diseños como los artesanos que trabajan en el alambique», dice Alguersuari.
Vive en Milton Keynes, la ciudad más estrafalaria y fea a la vista del Reino Unido, a una hora de Londres, allí donde Red Bull levantó su fábrica. Consume horas, días y semanas en el imponente edificio acristalado con el toro rojo emblema de la casa en el lateral, situado a las afueras de Milton Keynes. Pero Newey se ha instalado en una mansión georgiana del siglo XIX que ha diseñado por dentro y por fuera según sus manuales estéticos. «El diseño es muy importante en mi vida», dice el ingeniero.
Más de una vez ha explicado que obtiene sus ocurrencias del empirismo de la vida, en los aviones, los trenes o los hoteles. Y hoy, con cuatro títulos consecutivos de campeón, ha enjugado el riesgo que apreció el día que fichó por un equipo patrocinado por una bebida nocturna y energética.
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