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«estat català»

El suicidio de Cataluña

Se cumplen ochenta años de la rebelión del 6 de octubre

El suicidio de Cataluña brangulí

sergi doria

Esquerra Republicana de Catalunya es un partido coherente con sus señas de identidad. Hace ochenta años quebraba la legalidad republicana con el 6 de octubre y ahora preconiza la «desobediencia civil». Si algo molesta al nacionalismo es recordar esa fecha que le vincula con el golpismo.

Constituida a «correcuita» en 1931, en torno al carismático Macià, la naciente ERC se vio, demasiado pronto, con todo el poder en las manos. Macià se hartó de prometer «casetes amb hortet», pero su muerte en 1933 evitó que su electorado le reclamara sus promesas. Fallecido el excoronel, la luna de miel con el anarquismo se acabó y, además, ganaron las derechas en España. Una carga demasiado onerosa para Lluís Companys. De hecho, el 14 de abril del 31, el que llamaban «L'Ocellet» ya quería ser presidente pero el Avi Macià frenó su ambición.

En octubre de 1934, se produjo una pinza entre el bolchevismo del ala radical del PSOE de Largo Caballero y la secesión de un Companys empujado por el sector fascista de su partido, los «escamots» de Estat Català de los hermanos Badia y el consejero Josep Dencàs.

Si algo molesta al nacionalismo es recordar esa fecha que le vincula con el golpismo.

En el catálogo del añorado editor Jaume Vallcorba sobresale un título al que conviene acudir en el 80 aniversario de la rebelión de la Generalitat contra el gobierno de la República: «Abans del sis d’octubre», del abogado Amadeu Hurtado (1875-1950). Impulsor de «La Publicitat», fundador del semanario «Mirador», Hurtado fue un catalanista de ley que en 1934 redactó un dietario a vuelapluma, mientras defendía ante el Tribunal de Garantías Constitucionales la «Ley de Contratos de Cultivo» del gobierno Companys, denunciada ante el alto Tribunal por la Lliga de Cambó: aquel conflicto catalán sirvió de pretexto para el «Sis d’octubre».

Después de negociar en Madrid con el presidente Alcalá Zamora y el ministro Samper, Hurtado retornó a Barcelona con la sensación de haber cumplido con su labor. Lo que más le sorprendió es que a Companys y sus voceros, la solución del contencioso agrario ya no les importaba: estaban preparando la sedición. Leer sus dietarios en la actual coyuntura produce cierto escalofrío... Hurtado ve que la política catalana está más ancorada en el conflicto que en la negociación. Amigo personal de Macià -vivían en la misma calle de Vilanova i la Geltrú-, su pactismo choca con el Estat Català, formación que califica de «núcleo principal del futuro nazismo». La apreciación coincide con una de las crónicas de Pla: será difícil prohibir la camisas azules de Falange, cuando ya han desfilado en Montjuich las camisas verdes de Estat Català. De esta manera, se pregunta el ampurdanés, «¿quién podrá evitar que el fascismo de aquí se manifieste estentórea y crudamente?».

Gaziel se preguntaba si era necesario enfrentarse al gobierno central con la agresividad de Companys:

En junio del 34, los «rabassaires» de Esquerra blanden hoces de acero y en el balcón del Parlament se arría la tricolor republicana para poner una estelada: «Un grupo que está situado ante la entrada principal, debajo del balcón, agita una bandera catalana con la estrella solitaria sobre campo azul, y la ovaciona con delirio», anota Hurtado. Describe a Companys «sin inquietudes espirituales, que se ‘engresca’ i ‘desengresca’ según la corriente del momento, que no conoce ni entiende a fondo ningún problema de gobierno pero de todos ellos aprovecha lo que tienen de asequible para la multitud, y que entre exaltaciones y depresiones excesivas, se ha sentido a última hora catalanista…». Es el perfil del político que fracasó en Madrid –un leridano asumiendo la cartera sobrante de ministro de Marina en el primer gobierno Azaña-, y saca pecho desde Cataluña. Su conclusión es demoledora: «La experiencia un tanto vejatoria de su paso por el ministerio de la República le ha dado la sensación de que fuera de nuestro ambiente no tendría ningún papel a jugar».

Día de la Marmota

Companys quiere deslumbrar a su pareja, la separatista Carme Ballester y a la rama ultra de su partido. Tarradellas no le sigue en su aventura y no volverá con él hasta el 36. La adrenalina catalana consistía -antes y, lamentablemente, ahora- en lo que Hurtado denomina «la protesta tradicional». El contencioso agrario pudo resolverse, pero se utilizó para poner en crisis la España republicana, más allá del signo derechista del gobierno. El Tribunal de Garantías Constitucionales equivalía al actual Tribunal Constitucional que ha suspendido la Ley de Consultas. El testimonio de Hurtado resuena a estas horas: «Los más perjudicados seremos nosotros, los que hemos procurado influir con éxito para que la política catalana deje de ser una protesta continua y se convierta en una obra de gobierno». Si la inconsciencia tiene calendario, nuestros gobernantes continúan en el Día de la Marmota del masoquista Onze de Setembre y el tragicómico Sis d’Octubre.

Hurtado remató su diario con una sentencia que el presente corrobora: «Por mucho tiempo los motivos de nuestras luchas serán domésticos… alejados de las grandes corrientes espirituales que conmueven el mundo, todos los problemas universales llegarán aquí a través de cuestiones locales, las únicas que se avienen a nuestra capacidad de emoción».

Companys adulteró la democracia y pulverizó el orden constitucional

La imagen de Companys -«president màrtir»- de 1940 cubrió una desdichada trayectoria política que llevó a Cataluña al abismo y dio argumentos a los enemigos de una República sin republicanos. Agustí Calvet, Gaziel, director de «La Vanguardia», se preguntaba el 16 de junio del fatídico 34 si era necesario enfrentarse al gobierno central con la agresividad de Companys: «Me permití, hace poco, aconsejarle que procurase realizar la concordia entre los catalanes. No me hizo el menor caso... Y mi consejo de ahora es éste: acepte una fórmula digna, evite toda violencia. Cataluña no está para meterse en una guerra civil. Y si los presidentes de la Generalidad, como los reyes antiguos, también la Historia ha de darles algún calificativo, yo quisiera que al señor Companys no hubiese de llamarle don Luis el Batallador, ni don Luis el Osado, ni menos don Luis el Temerario, sino más bien Luis el Prudente, Luis el Astuto, y sobre todo Luis el Pacificador...».

Democracia adulterada

Es obvio que Companys no hizo caso a Gaziel. En el fin de semana del 6 al 7 de octubre, optó por el «todo o nada»; adulteró la democracia con la demagogia y pulverizó el orden constitucional. Después de balbucear por la radio un patético «Viva España», Dencàs escurre el bulto por las alcantarillas...

Gaziel pasó aquella noche con el oído pegado al receptor, «una caja demente que nos lanza discursos inflamados, sardanas, rumor de descargas y boletines de victoria. La Santa Espina, Els Segadors, La Marsellesa, El Virolai, El Cant de la Senyera…». Uno de los consejeros de la Generalitat «parecía poseído materialmente de una suerte de delirium tremens revolucionario. Llamaba a los catalanes, llamaba a los demás españoles, llamaba a las sombras de la noche, y las llamaba en castellano, con voces embarulladas y febricitantes». Al romper el día, llega la noticia de la rendición de Companys. La conclusión de la crónica, que Gaziel dirige «a los catalanes del mañana», concluye con la estupefacción. Suenan las seis de la mañana y el cronista se sigue preguntando por qué el gobierno catalán declaró la guerra al Estado a las ocho de la noche del 6 de octubre para perder todo en diez horas.

La aventura de Companys comportó la suspensión del Estatuto y la prisión para el gobierno catalán. Otro catalán, el general Domingo Batet, atajó la rebelión con el «seny» que le faltaba a Companys y ahorró a Cataluña la sangre que sí se derramó a raudales en Asturias. Si en el 34 Batet fue leal a un gobierno republicano de derechas, en el 36 pagó con su vida su lealtad al gobierno republicano de izquierdas. El 19 de octubre, Gaziel consideraba un disparate haber dejado a Companys la presidencia de la Generalitat y la del gobierno: «Que perdiese la cabeza o se la hiciesen perder, nada tenía de extraordinario. Muchos gobernantes, muchos partidos la pierden todos los días, y no pasa nada. Es decir, sí pasa: se hunden. Pero no se hunden más que ellos. Lo abominable, en nuestro caso, es que en Cataluña nos hemos hundido todos: los que perdieron lo cabeza y los que la conservamos en todo momento…».

La Cataluña actual cuadra con aquella descripción fatalista. Hurtado, Gaziel y el general Batet frente a la irresponsabilidad histórica de Companys. Ochenta años después, Cataluña sigue fracturada por la quimera soberanista.

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