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Fuego

Mi pensamiento está en Australia y con el «mago», sinónimo de experimentado y sabio

JUAN JULIO FERNÁndez

RECUERDO, de mi infancia en La Palma, que no había verano sin fuego en el monte. Era algo con lo que se contaba y para lo que los lugareños se preparaban, porque en parte vivían del monte y sabían lo que podían perder. Del monte sacaban los campesinos el pinillo, la leña y los «ramos» para alimentar, en unos casos, a los animales y, en otros, para procurarles «camadas» de las que salía el estiércol con el que se abonaban las huertas, completando el ciclo de una cultura de subsistencia aprendida en la vida y no en los libros.

Una cultura ancestral, con conocimientos transmitidos de padres a hijos que servían para apagar los fuegos ¡sin agua! Y por supuesto, sin aviones ni helicópteros ni cámaras de televisión. El campesino, «el mago», sabía que un monte limpio tenía menos posibilidades de arder y que los cortafuegos (trochas en el matorral, limpias de cuanto pudiera arder) ayudaban a parar el incendio, momento en que también aplicaban contrafuegos, o sea, llamas provocadas intencionadamente para que a partir de aquéllos avanzaran en sentido contrario a las que querían apagar y que, mientras un grupo las prendía, otro cuidaba de que no pasaran al lado contrario. Y calculando muy bien los tiempos para que al encontrarse las llamas se extinguiera el fuego.

Creo que ahora hay más incendios forestales que antes, porque muchos son provocados y porque los montes no se limpian y los cultivos en las medianías, abandonados por la atracción de la burbuja inmobiliaria, están llenos de matorrales y hojarasca que arden como la yesca. Y creo también que se apagan peor, olvidándose de que los campesinos nunca los apagaban con agua, sino con fuego. El fuego en los montes no tiene que ver con el fuego en los edificios y los bomberos, adiestrados para actuar en éstos, no saben qué hacer en aquéllos. Y «la técnica» de apagarlos con agua y medios aéreos y terrestres, aparte de menos eficaz, es mucho más costosa, lo que alimenta las sospechas de que proliferan los incendios provocados y de que detrás de los aparatosos montajes para extinguirlos se puede hablar de negocios.

Tengo delante un comentario de Leoncio Afonso, en un libro que recoge sus reflexiones de octogenario (ahora nonagenario avanzado en plena lucidez), en el que cita a un catedrático de Zoología al que en una conferencia sobre sus experiencias en Australia oyó decir que, allí, «cuando se producía un incendio, si lo apagaban los indígenas lo conseguían enseguida, aunque no sabía cómo, pero en el caso de hacerlo las autoridades, con muchos medios, el fuego adquiría grandes dimensiones».

Ahora mismo, con una Ley de Protección Civil que antes no existía y que las Autonomías no aplican con una obligada coordinación nacional, los incendios, pavorosos. En Valencia, Las Hurdes, El Ampurdán y los recientes en Tenerife, La Palma y La Gomera hacen que mi pensamiento está en Australia y con el «mago», sinónimo de experimentado y sabio.

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