Día de la Fundación Pro Real Academia Española
Pere Gimferrer lleva a la RAE al «divino» Álvaro Cunqueiro
Un siglo después, el Merlín de las palabras sigue en Santa Compaña . Anoche, Pere Gimferrer miró los muros de la Real Academia Española y convocó el espíritu de un absoluto maestro y animal literario, Álvaro Cunqueiro, quien sostenía que fue en la cocina donde el hombre —el civilizado, el que viene desde Platón hasta Proust, para quedarse solo con dos P; el que construyó las catedrales, fundó las Universidades, hizo las Cruzadas e inventó el soneto— puso más imaginación, mucha más que en el amor o la guerra. Cunqueiro, —«cardenal cismático de Mondoñedo», como le perfiló Umbral, devoto convicto y confeso del gran prosista en castellano y en gallego, «facundo y recatado, decidor y recoleto, artista y maestro»— retornó eternamente a la Academia, como el viejo Simbad que regresa a las ínsulas. Y allí, en el regreso del creador «aislado y excepcional» le aguardaba Pere Gimferrer, que pronunció una lección magistral sobre el sochantre en el Día de la Fundación Pro Real Academia Española. Habló Gimferrer, y no cesó, de un Cunqueiro ante todo como «escritor aislado y excepcional, no solo en calidad sino como excepción a la literatura hispánica, iberoamericana, y no solo gallega y no solo española». Y síntoma de ello fue el calor que Cunqueiro dio a las mocedades poéticas de Gimferrer, su libro inicial Mensaje del Tetrarca , en el que un escritor, un hombre, que se siente aislado se reconoce en algo muy distinto al entorno. Mensaje del Tetrarca fue entendido y comprendido, según Gimferrer, «por una sola persona de extraordinario peso, como Álvaro Cunqueiro, quien realizó una reseña excepcional que publicó con sus iniciales en El Faro de Vigo , que dirigía. Al margen de él, nadie entendió el libro». Y mirándolo con distancia, cree Gimferrer que aquella incomprensión le hizo escribir los poemas, mayores, inalcanzables, de Arde el mar .
Ardió Gimferrer en pasión cunqueiriana, y fulminó: «No se parece en absoluto a los escritores con los que se le suele relacionar. Ni a Italo Calvino. Ni a Jorge Luis Borges. Ni a Bioy Casares. Ni a Mujica Lainez. Ni siquiera a nuestro Juan Perucho. Cunqueiro es otra cosa».
Álvaro Cunqueiro, sochantre del realismo mágico, encantador de manzanas, mantenía que el silencio es de absoluta necesidad a la hora del almuerzo, «y el alma pacificante hace que la memoria olvide iras y agravios». Por eso era un escritor «aislado»: poseía una línea estética muy clara. En sus textos hay «olor de santidad» —que él ilustraba como una «mezcla de membrillo y rosa, muy delicada»—. Cien años después de que naciera el maestro Cunqueiro, sin leerlo, a fuego lento, no hay salvación. Ni en este mundo ni en el otro.
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