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Osama Bin Laden, el Hitler del islam

El líder de Al Qaida era el terrorista más buscado tras los atentados en el corazón de Estados Unidos

EFE

Anna Grau

De buena familia saudí y rico hasta el vértigo, pero viviendo en cuevas ocultas en las montañas para dar rienda suelta al delirio de la yihad. Antiamericano y antisemita furioso. Buen conocedor y buen comprendedor de los resortes del orgullo herido del islam, de su sentimiento de impotencia frente a Occidente, y de cómo utilizarlo para acumular un poder personal inmenso. Otros antes que él habían tratado de ser el Fidel Castro del mundo árabe. Sólo él se atrevió a ser el Hitler, y sin ni siquiera tener un país detrás. El mundo entero era su campo de concentración.

Osama bin Mohammed bin Awad bin Laden parece que nació (con este hombre pocas cosas han sido nunca seguras) el 10 de marzo de 1957 en Riyahd, la capital de Arabia Saudita. Era hijo de la décima esposa de un acaudalado empresario relacionado con la familia real. Aunque sus padres se divorciaron y Osama Bin Laden se crió con el segundo marido de su madre, inicialmente conservó los privilegios que le venían por vía paterna. Por cierto, está el detalle de que su padre se mató en un accidente de aviación que fue culpa del piloto, norteamericano. ¿Tendrá algo que ver eso con su furioso antiamericanismo?

Asistió a carísimos colegios de pago seculares

Sí es cierto que Osama mostró un temprano y desmedido interés por la religión. Aunque asistió a carísimos colegios de pago seculares y algunas fuentes (no todas) le atribuyen estudios universitarios avanzados de administración de empresas, en seguida priorizó la práctica del islam en su vertiente más drástica posible. Era de los que creían que Arabia Saudita no era lo bastante piadosa (sólo el Afganistán de los talibanes pasaba el corte de pureza, para él) y que había que purgarla reponiendo al pie de la letra la sharia, la feroz ley islámica que permite cortar la mano a los ladrones, lapidar a las adúlteras, etc. Todo ello combinado con una jihad o guerra santa explosiva, que además por primera vez contemplaba a los civiles, mujeres y niños incluidos, como blancos legítimos.

Guerra total

Lo que Osama Bin Laden predicaba era la guerra total. El Tercer Reich del islam. Pero como en el caso de Hitler, tener las ideas de un iluminado no excluye que se pueda poseer a la vez una notable habilidad. Después de ir derecho de la universidad a la jihad antisoviética en Afganistán, donde destacó por una temeridad nada común en otros saudíes ricos que hacían turismo radical a la región, Bin Laden empezó a tejer su telaraña de influencias entre Afganistán y Pakistán. Más tarde aposentaría sus reales en Sudán, el país que le acogió cuando los saudíes, hartos de sus crecientes críticas y ataques por permitir la presencia de soldados norteamericanos en “suelo sagrado”, le retiraron la ciudadanía.

En Sudán pagó autopistas, colegios y toda clase de servicios

En Sudán pagó autopistas, colegios y toda clase de servicios, ganándose fama de benefactor y de “verdadero” amigo de las masas de desfavorecidos que han sido y son el combustible de su movimiento. Pero también de Sudán le echaron, en parte por la presión internacional cuando en los años 90 empezó el goteo de atentados, como los ataques a las embajadas norteamericanas de Kenya y de Tanzania. En un momento dado el gobierno sudanés llegó a ofrecer su cabeza en bandeja de plata a Washington (en aquel momento le hubieran detenido, no matado), pero la Administración Clinton no estuvo por la labor. Es uno de sus errores más dramáticos, y para intentar taparlo a posteriori un exasesor de Bill Clinton estuvo a punto de ir a la cárcel por robo y destrucción de documentos secretos.

Es a partir de la primera guerra del Golfo cuando Bin Laden sistematiza su discurso antiamericano, y es a finales de la década de los 90 cuando este discurso empieza a cuajar en una potencia que no es nacional –porque él no es el jefe de ningún Estado-, pero sí transnacional y sociológica. La penosa reconstrucción de los atentados del 11-S y de la trayectoria de algunos de sus protagonistas, por ejemplo la tristemente célebre “célula de Hamburgo”, nos legará un retrato único de la capacidad de Bin Laden de liderar una especie de lavado de cerebro multitudinario.

Sus huestes las forman musulmanes jóvenes que están desesperados. Unos porque son pobres y no ven salida. Otros porque son hijos de la inmigración y cuando ya parecían asimilados se han enfrentado a un fracaso de cualquier signo y entonces el retorno ciego a las raíces les da una ilusión de camaradería, de comunidad recobrada y de sentido. Los hay incluso que eran seculares de familia bien, como el mismo Osama, y que en un momento dado han dejado de poder con el peso de cierto consentido nihilismo. Y lo siguiente que se supo era que vivían todos juntos en un apartamento, mitad monjes, mitad terroristas, rezando a la vez y preparándose para coger un avión, secuestrarlo y estrellarlo contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

Sin noticias de Bin Laden

El resultado de todo ello era un contrapoder formidable y esquivo. Llega un momento en que Al Qaida ni siquiera necesita diseñar atentados. Le basta con estar ahí, flotando en el ambiente, en las noticias de prensa y en interminables foros de Internet, para que a cualquiera se le ocurra intentar algo. Desde el 11-S Osama Bin Laden ha gastado más energías ocultándose y grabando vídeos amenazadores que promoviendo la jihad. Pero tampoco lo necesitaba, porque a estas alturas ya parecía promoverse sola.

El problema era explicar cómo podían pasar casi diez años sin noticias de Bin Laden

Para Estados Unidos el problema ha sido explicar cómo después de la muerte de casi 3.000 americanos el 11 de septiembre de 2001 podían pasar casi diez años sin noticias de Bin Laden. Una vez más, la astucia era de él pero el mérito era de otros: de las luchas intestinas entre los servicios secretos afgano y paquistaní, o de la incapacidad del Pentágono, el FBI y la CIA de coordinarse entre sí. En verano de 2001 el entonces director de la CIA, George Tenet, le dio un briefing a George W.Bush en el que identificaba a Osama Bin Laden y a Al Qaida como un peligro cierto para Estados Unidos. Pero Tenet pensaba entonces en nuevos ataques a barcos de guerra norteamericanos o a lejanas embajadas. Para entonces ya había militantes de Al Qaida tomando clases de pilotos en Florida. El FBI les había detectado pero como no había comunicación con la CIA, quien tenía la información no la cruzó con la sensación de peligro. Y viceversa.

Habrá quien se pregunte si la caída de Bin Laden no coincide milagrosamente con el dominó de “primaveras árabes” que están alterando los equilibrios de poder en el mundo, y con la apertura de un nuevo tablero de juego con nuevas alianzas para Estados Unidos. Entonces el hombre que jugó a ser el único accionista del capital antioccidental del mundo quizás ha descubierto que el negocio ya no pagaba los dividendos de antaño. Y que cuando tu cabeza tiene puesto el precio de una recompensa de 25 millones de dólares, la crisis no perdona a nadie.

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