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Karamanlis se transforma en Papandreu

Tras la comparecencia de Zapatero el pasado 12 de mayo, se ha abierto para España un momento político extraordinario, y yo me atrevería a aventurar que no muy duradero. Pero lo último está aún por ver. Lo que no está por ver es lo otro, ... quiero decir, lo extraordinario del momento. En esencia, ocurrieron dos cosas. La primera es que de forma abrupta, sin explicaciones, el presidente se identificó con lo contrario de lo que, hasta esa fecha, había querido significar para los españoles. El lector me dirá tal vez que esto no es tan sorprendente, y apelará al precedente griego. Presionadas por los acontecimientos, las autoridades de aquel país tuvieron que imprimir un giro de ciento ochenta grados a su política económica y recetar a la población un plan de adelgazamiento de los que cortan el resuello. Existe, sin embargo, una diferencia crucial con el caso español. El drama griego se ha representado por dos personas: Karamanlis, responsable ante la opinión de la fase de desgobierno que ha dejado a Grecia a un paso de la bancarrota, y Papandreu, que se encontró con el desaguisado y en la precisión de aceptar las conminaciones que le hacían sus socios europeos. Pero aquí el drama comprende a un solo actor. Sucede como si Karamanlis hubiera querido hacer de Papandreu. O trazando una analogía con el género chistoso de la mujer que es sorprendida con su amante: ocurre como si el amante, en lugar de tomar las de Villadiego, adoptara un tono solemne y calderoniano y afeara a la mujer el haber engañado a su marido.

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