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El poder no lo iba a cambiar

SE mire como se mire, la turborreconversión de Zapatero a la doctrina del ajuste no viene a ser otra cosa que la confesión de un palmario fracaso en el que la apelación al patriotismo resulta la coartada de la permanencia en el cargo. Cuando un político fracasa en la aplicación de sus principios se retira por dignidad y por coherencia, como han hecho antes otros desde Salmerón a Suárez, salvo que tanto la dignidad como los principios estén supeditados a la ratio suprema del poder y el liderazgo. A Zapatero le han impuesto desde fuera una política en la que decía no creer con una reiteración terca e insoslayable, de modo que si se aviene a aplicarla se traiciona a sí mismo o traiciona a los que creyeron en él, o las dos cosas. Aceptar un giro tan radical de su discurso sin una mínima autocrítica de sus errores pasados no demuestra una actitud patriótica sino un apego pragmático al poder y una cínica sumisión a la razón de Estado.

En este precipitado cambio de roles forzado por la presión de los mercados financieros queda en evidencia el hundimiento del pacto neoperonista con que Gobierno y sindicatos han conducido al país al borde de la bancarrota. Ahora, después de unos recortes sociales provocados por dos años de irresponsabilidad derrochadora, el Ejecutivo prepara una reforma laboral cuya necesidad negaba hasta anteayer con tozudas proclamas, y las centrales sindicales se disponen a organizar una huelga general a regañadientes. Ambos renuncios constituyen una forma clamorosa de derrota que equivale para la izquierda a una purga de aceite de ricino; su estrategia de déficit y proteccionismo se ha derrumbado con un estrépito que no se puede silenciar con un simple cambio de rumbo. Los causantes del descalabro no tienen autoridad moral ni política para convertirse en su remedio.

En esta tensión esquizofrénica que ha convertido al paladín de la socialdemocracia en la mano de hierro del socialiberalismo queda por resolver una cuestión de credibilidad democrática y hasta de perfil psicológico. La pregunta que desnuda la contradicción crucial es qué diría el Zapatero que defendía con denuedo los llamados derechos sociales del Zapatero que se dispone a recortarlos a decretazo limpio. En apenas un mes, el presidente que prometió que el poder no lo iba a cambiar se ha convertido en el retrato político del gobernante que denostaba. El hombre que emerge de esta transformación de identidad es un dirigente aferrado a sus ambiciones, con principios tan elásticos como su conciencia, y aunque conserva el mando para tomar decisiones está incapacitado para hacerlas comprensibles. Esa transición tan radical no se puede efectuar sin costes, y el principal no es el desapego electoral de unos votantes descontentos sino la manifiesta desaparición de cualquier rasgo de lealtad consigo mismo.

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