Bajar de las nubes
Un volcán islandés con un nombre más impronunciable que la lista de reyes aztecas ha convertido el cielo europeo en su cenicero durante una semana. Las aerolíneas y el sector turístico sufren por ello un enorme quebranto económico, pero confieso que me gusta que la naturaleza, de vez en cuando, baje de las nubes, en este caso literalmente, a especie tan prepotente como la humana. Es una cura de humildad, aunque siempre hay quien obtiene ventaja entre el infortunio general. Es otra característica del género.
No cabe duda de que el planeta está muy vivo y activo, a pesar de los agoreros. El clima está cambiando y el centro de la Tierra se muestra bastante inquieto, como prueba también la proliferación de maremotos (perdón por la ignorancia, pero no hablo japonés) y terremotos, que los más pobres pagan con sangre y desolación.
Pero el hombre urbano de hoy sólo se considera acreedor de privilegios, incluso frente a las leyes naturales, y se atrincheró días en un aeropuerto exigiendo que el avión saliera, aunque eso fuera imposible. El siguiente paso fue, entonces, acreditar que las restricciones aéreas eran excesivas para hacer presión mediática y hasta motivar un sinfín de demandas indemnizatorias. Si se hubiera producido un siniestro por no tomar esas cautelas, el resultado ulterior habría sido el mismo.
Y es que, en la actualidad, se ha convenido que cualquier accidente o eventualidad reclama un culpable confeso y, a ser posible, convicto, sea porque el agua corra torrencialmente por un barranco donde nunca se debió fabricar o porque la luctuosa muerte de un familiar en un quirófano demuestre, por enésima vez, que la medicina no es una ciencia exacta.
Las consecuencias de esta actitud la alumbran los apagones ocurridos en Canarias últimamente, pues, mientras la demanda eléctrica ha crecido de forma exponencial, nos oponemos a que se modernicen las infraestructuras. No queremos más torres de alta tensión ni tampoco plantas de gas; sólo el mejor servicio mientras todo el entorno queda mágicamente intacto, so pena de protestas y denuncias. Sin embargo, la causa de la degradación del archipiélago se debe a una sobrepoblación insoportable. Baste saber que la suma de habitantes totales más transeúntes se salda con casi tres millones de personas que se concentran, mes a mes, sobre todo en cuatro islas. Como cantaba Celia Cruz, no hay cama para tanta gente... y sus derechos.
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