La izquierda de José Tomás es la ley
Desigual corrida de Jandilla en la Feria de la Magdalena, en la que los dos diestros madrileños han cortado dos orejas cada uno
«¡Viva la madre que te parió y el padre que te fundó!» Se lo gritaron a José Tomás desde el tendido. Aunque para parto, el suyo: todo al natural. Antología del toreo auténtico, el de siempre. Qué manera de ofrecer la muleta, enganchar la embestida y alargar el viaje hasta allá, mucho más allá, hasta un infinito que se perdía en el horizonte. Asombrosa lentitud, adormecida como el atardecer de un sol a punto de partir y que nunca se va. Quien jamás huye es José Tomás, que pisó terrenos de máximo compromiso.
Runrún en el graderío, completamente abarrotado, cuando el matador se plantó en el mismísimo platillo para citar desde la distancia al jandilla. Cuatro estatuarios con la quietud por bandera y un pase de la firma. Prueba a derechas. Al animal no parecían sobrarle las fuerzas, pero cuando JT le regaló su zurda mágica se vino arriba. Porque a su izquierda no ha llegado la crisis... Por ese pitón, estupendo en sus manos, esculpió una magnífica obra con la medida y el tempo exactos. Muñeca de temple y mando. Bajo los sones de Manolete, los muletazos resplandecían como los destellos de su terno espiga de oro. Crujían los cimientos de la plaza. Figura juncal de talones asentados, poso y reposo en las series, hondura y rotundidad. Escarbó el noble «Fraile» cuando se fue a por la espada. Nuevo natural de seda para cuadrarlo. Y dos trincherillas que paralizaron los relojes. El acero se cayó y afeó la muerte de sangre, aunque las dos orejas se pidieron con clamor.
Sus copiosos seguidores se resarcían así del desencanto que acarreó el segundo, el más rajado de la buena corrida de Jandilla y de toda la dehesa. De primeras ya hizo amagos de saltar al callejón y saludar a la Policía. Al calabozo de los mansos debieron llevárselo. Menos mal que con el quinto José Tomás impuso su ley...
Aparicio pintó para el Prado
De artísticas pinceladas había colmado antes el ruedo Julio Aparicio, que brindó una torera tarde. Se sintió con exquisito gusto ante el extraordinario primero, que transmitía y repetía con codicia y motor. Quizá con una serie más aquello hubiese estallado con mayor intensidad. La belleza de la apertura de faena se grabó en la retina. Cortó una oreja, como en el cuarto, al que pintó verónicas dignas de ser enmarcadas en el Museo del Prado. Por la puerta grande se marchó junto a José Tomás.
Sin premio se quedó Abel Valls, cuya estatura de Everest hace que sus rivales parezcan de «pinypon». Tratando de imprimir temple, con ganas e intermitencias, se las vio con un sosaina sin casta y con un «Académico» de soberana clase.
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